domingo, 28 de agosto de 2011

La ruedita

Hace algunos días veía la TV mientras almorzaba solo en la cocina de mi casa (vivo con ocho personas, pero a veces tardo un poco en bajar a comer por andar ocupado en algo más). No recuerdo qué veía (probablemente un dibujo animado o alguna cómica serie adolescente). En el tiempo de la publicidad, un comercial de una empresa de seguros llamó mi atención de manera particular. El comercial empezaba diciendo: “Lo mejor de la vida es disfrutarla…”. A continuación salía un niño enfocado de la cintura para arriba; al parecer estaba andando en una bicicleta. De pronto se soltó de los mangos y abrió los brazos de par en par sin temor alguno, disfrutando del viento y con una amplia sonrisa de satisfacción. Y la frase cerraba así: “…Y la disfrutas cuando te sientes seguro”. Se hizo un plano detalle de la parte baja de la bicicleta, y entonces entendí por qué el niño estaba tan seguro de abrir los brazos sin temor a perder el equilibrio y caer. Era gracias a la ruedita de apoyo.

Tengo un muy vago recuerdo de una bicicleta con rueditas que había en mi casa hace muchos años (y espero no estar alucinando). La verdad sólo recuerdo que era pequeña y roja. Me imagino que con ella empecé a dar mis primeros recorridos por los parques. Nadie usa las rueditas toda la vida, pero son necesarias en la etapa de agarrar confianza en la bicicleta y en uno mismo. Las rueditas fueron esas fieles compañeras en los tiempos de incertidumbre; esas que te decían que podías andar tranquilo, que todo estaría bien. Uno llega a encariñarse, esperando nunca tener que separarse de ellas. Pero cuando sales al parque de la vida, te das cuenta que los “chicos grandes” ya no usan rueditas. Estas se convierten en un símbolo de cobardía, de inmadurez e infantilismo. Uno llega a avergonzarse de las rueditas ante aquellos que ya no las usan, y hasta puede terminar odiándolas por ser la razón de la burla de sus amigos. Finalmente llega el momento en que papá llega del trabajo y dice:

      ¡Hijito! Te tengo una sorpresa.

Uno baja todo emocionado y entonces la ve. Es la misma bicicleta. Parece que la hubieran remodelado, hasta brilla, pero algo le falta. Sólo es necesario bajar un poco la mirada y darse cuenta de un pequeño detalle: ya no hay rueditas. Uno mira asustado a papá y le pregunta:

      ¿Y mis rueditas?

Papá sonríe tiernamente y dice:

      Ya no las necesitas, hijo. Has crecido. Desde este domingo empezamos a practicar con tu nueva bici. Ahora empieza la vida.

Sí, entonces empieza la vida. Las caídas, los golpes, los traumas, los llantos. Las mil y un veces repetidas frases: No puedo, Ya no quiero. Las rueditas quedan en el olvido, y, en el mejor de los casos, en algún rincón del viejo almacén.

Las rueditas me hacen pensar en personas especiales que, sin haber querido resaltar, marcaron mi vida para siempre. Personas que estuvieron conmigo cuando aún no era nadie, cuando aún no sabía a dónde iba. Personas que me tomaron de la mano cuando temía dar mis primeros pasos en la vida. Personas que confiaron en mí cuando nadie más lo hizo, y cuando no tenían razón alguna para hacerlo. Personas que me dijeron: Tú puedes; y no sólo lo dijeron de la boca para afuera, sino que invirtieron tiempo, esfuerzo y hasta dinero en mí por creer que valía la pena. Personas que muchas veces sólo recibieron ingratitud, o no recibieron la gratitud que merecían. La verdad es que no buscaron nada a cambio, sólo con verme crecer se sintieron satisfechos. Todas esas personas han sido como las rueditas de mi bici. Fueron el impulso que necesitaba para creer en cosas mayores, mi apoyo cuando aún no podía mantener el equilibrio por mí mismo. Me dieron seguridad y valor. Como dije al principio, no toda la vida uno puede andar con rueditas de apoyo, tal vez por eso en algún momento nos distanciamos (o tendremos que hacerlo). Ellos sabían que no serían indispensables siempre, que algún día yo tendría que andar por mí mismo, pero aún así se entregaron a la causa.

Sólo hay una ruedita de apoyo que nunca faltará y de la cual nunca me podré independizar, y ese es Dios. Puedo andar confiando y seguro, porque nada me dañará mientras tenga mi mirada en Él:

Mis ojos están puestos siempre en el Señor, pues sólo él puede sacarme de la trampa.
-Salmos 25.15-

En algunas áreas de mi vida aún necesito rueditas, en otras ya no, pero lo poco o lo mucho que he alcanzado en mi vida, se lo debo en gran parte a todos ustedes que alguna vez decidieron ser la ruedita de mi bici. Algunos aún están, otros ya se fueron, y otros deben andar por algún lado del planeta, pero a todos quiero darles las GRACIAS. Que cosechen cien veces más de lo que sembraron en mí. Gracias por haber creído en mí, gracias por su paciencia, gracias por todo.

Simplemente GRACIAS por haber sido la ruedita de mi bici =) .
  


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