jueves, 8 de marzo de 2012

La obra maestra




     Mis ojos se entreabrían; sólo veía la silueta de los árboles como a través de un lente desenfocado. No sabía si habían pasado minutos o años debido al profundo sueño en el cual había sido sumergido. Estaba tendido en el suelo sin entender qué había sucedido. Apoyando las manos en el jardín hice un esfuerzo por levantarme y logré enderezar el torso. Entonces la vi por primera vez. Estaba de espaldas. Era una silueta muy semejante a la mía, pero dibujada con un trazo mucho más fino. Su cabello era largo y brillante; caía como una catarata de agua cristalina y bailaba con el viento.  ¿Qué era eso? ¿Quién era ese ser? La curiosidad me embargó. Me puso de pie y di unos pasos hacia adelante. De repente ella se volvió hacia mí. El universo se detuvo. Si la creación era una obra de arte, esta sin duda era la obra maestra. Yo estaba deslumbrado. Ella era música en silencio. Su rostro era muy suave a la vista, así como toda su piel. Sus labios eran delgados, como trazados por una caricia. Y sus ojos… sus ojos. Ella empezó a andar hacia mí. Sus caderas obedecían al ritmo del badajo de una campana. Sin duda su cuerpo había sido esculpido por las manos del mismo Dios. Mientras ella se acercaba, mi corazón se aceleraba. Cuando estaba apenas a quince centímetros de distancia, se detuvo y posó la palma de su mano derecha sobre mi mejilla. Me estremecí hasta las profundidades de mi alma. Al tenerla tan cerca vi la eternidad en sus ojos. Ella sonrió; yo volví a nacer. Entonces sin saberlo lo supe, ella era mi ayuda idónea, la pieza faltante de la creación. Dios, quien observaba la escena en silencio, vio todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Finalmente pude pronunciar algunas palabras, y mirándola fijamente le dije: Tú sí eres hueso de mis huesos; tú sí eres carne de mi carne.

     Los cielos y la tierra habían sido creados, pero no fue hasta tu creación, mujer, que Dios pudo descansar. Pues al verte andar por los jardines del Edén, supo que su trabajo había sido terminado, pues nada más hermoso que tú podía ser creado. No sé cuántos siglos han pasado desde el día en que Dios te dio aliento de vida, pero estoy seguro que el Edén aún añora tu aroma. Eres imagen de Dios, dadora de vida. No encontró Dios mejor lugar que tu vientre para esconder su poder y su gloria. No era bueno que el hombre esté sólo, y entonces llegaste tú. Con tu ternura y valentía, con tu tristeza y alegría, apacible e indomable, simplemente irreemplazable. Eres madre, eres amiga, eres hermana, y eres amante. Compañera de milicia, eres bálsamo que alivia hasta la más profunda herida. Eres equilibrio y angustia, enfermedad y cura. Eres vaso más frágil, pero tan fuerte como el hierro. Con una mirada lo dices todo, lo dices todo sin decir nada. Creadora de acertijos, indescifrable como el viento. Impredecible como la muerte, invalorable como la vida. Eres capaz de quebrar hasta la roca más dura con una simple caricia. Si la creación es una obra de arte, sin duda tú, mujer, eres la obra maestra.        

Que el sol se congele, que el mar se consuma, pero que nadie se atreva nunca a negar tu hermosura; y aunque eres hermosa por fuera, el tesoro lo llevas dentro.
Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada. -Proverbios 31.30-

     Dios nos creó hombre y mujer a su imagen y semejanza, y tú eres el reflejo vivo de Su hermosura. Porque tu sonrisa es una prueba innegable de la existencia de Dios; porque cuando me miras no me queda duda de que hay vida después de la muerte. Y no miento cuando digo que tú eres mi destino, pues en tus ojos veo mi futuro y de tu mano mi camino.

     Feliz día a todas las mujeres del mundo; a las que estuvieron, a las que están y a las que vendrán. Y un saludo especial para la mujer de mi vida; quien seas y donde estés, tan cerca o tan lejos, ya voy en camino, pronto te encontraré.


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