Te escribo porque te soñé. Te escribo porque no puedo hablarte.
Te
escribo porque te soñé y no puedo hablarte.
11 de mayo del 2013 —03:21
a.m.
Siete años, ¿puedes creerlo? Siete largos
y fugaces años desde aquel jueves por la tarde. Segundo recreo. Cheesecake de
fresa —ese plato rojo de plástico aún sigue en mi cocina—. Una banquita de
madera. El timbre que ignoraste. Mi desordenado intento de persuasión;
desordenado, pero efectivo al fin:
—Sí.
—¿Sí?
—¡Sí!
—¿En serio?
—...sí.
—¿Sí?
—¡Sí!
—¿En serio?
—...sí.
Te despediste con un beso. Un beso que más
pareció una ráfaga de viento: fuerte, repentino y corto —pero lo
suficientemente largo para dejarme ahí, quieto y sin habla—. Me veo ahora en
ese mismo lugar, en la puerta del colegio, parado, estúpido, adolescente,
sonriendo tontamente como aquél que ha sido besado por primera vez. Fue esa
tarde, en plena guerra en la frontera del verano y el otoño, mientras veía tu
taxi alejarse, que lo entendí: aunque el amor primero no sea el ‘para siempre’,
para siempre será ‘el amor primero’.
Tantas cosas pasaron desde entonces. Pero bueno,
no decidí escribirte para narrar nuestra historia (por más ‘buen escritor’ que
me considere, no me atrevería a escribirla por temor a que no parezca tan
maravillosa como lo fue). En realidad decidí escribirte para decirte algo muy
puntual: sigues aquí. Sí, todavía. Pero no te preocupes, no es ese tipo de
nostalgia que desgarra el alma, no. Tampoco puedo decir que te pienso todos los
días. Simplemente sigues aquí, como una parte de mí. Lo que es parte de uno
mismo no se extraña, pero esa parte sí puede extrañar a uno mismo. Como ese curioso
lunar que tengo en el pulgar de la mano derecha (sí, ese que por meses pensaste
que era plumón): no lo extraño, pero cuando lo veo me extraño. Lo miro, lo analizo,
sonrío, y luego lo olvido, hasta que de alguna manera se vuelve a cruzar ante
mis ojos. Lo mismo me sucede contigo. No te extraño, pero tu rostro me extraña
cuando de pronto se dibuja de memoria en el lienzo de mi mente. Te miro, te
analizo, sonrío, y me doy cuenta que nunca te fuiste por completo. ¿Y yo,
princesa, yo sí me fui?
Cuando al fin entendí que no volverías no
pude evitar preguntarme una y otra vez: ¿podré enamorarme así de nuevo? Y la
respuesta es obvia, sí. Me volví a enamorar, una vez. Podría contarte a detalle
ese penoso acontecimiento, pero ya la maté y no hay muerto malo, así que pasemos.
El día que me dejaste temí por los dos:
por ti, porque nadie llegase a amarte como yo; por mí, porque nadie llegase a
amarte como yo. Y si digo ‘me dejaste’ es porque así fue; me dejaste demasiado:
una almohada con aroma a pera. Un oso de peluche que aunque su parlante ya no
funcione aún me dice a gritos que estás viva. Me dejaste un portadiscos
decorado por ti misma con un cajoncito que aún contiene esa planta disecada. Un
polo de ‘La gran sangre’ con un mensaje en chino cuyo significado me explicaste
pero no logro recordar, y ahora lo uso como manga cero. Me dejaste un paradero
a la altura de la cuadra 28 de la avenida Aviación, con tu fantasma caminando
en línea recta hacia mí. Un sótano vacío en San Isidro, y un sofá esperando
recibir nuestro peso tendido. Me dejaste un uniforme escolar guardado en la mochila,
listo para vestirte y así no levantar sospechas. Un ‘jiqui’ y una chompa cuello
de tortuga. Maní confitado. Parques y picnics. Me dejaste un modelo tan alto de
mujer que se me hace casi imposible no comparar a todas contigo (y te cuento un
secreto: sigues ganando a la distancia). Me dejaste las más intensas y opuestas
emociones. Cartas escritas a mano con dibujitos de vacas y muñequitos parados
de cabeza. Una canción que quizá nunca grabe. Muchas fotos y un diario. Me
dejaste. Me dejaste una increíble historia que contarle a todo aquél que, con
cuestionable interés, me pregunte si alguna vez me he enamorado.
Nunca te toqué hasta lo profundo, pero
llegué más profundo que nadie; como tú lo hiciste conmigo. Tú fuiste mi primer
14 de febrero.
Hoy, mayo 11 del 2013, yo ya no soy el mismo; he cambiado
mucho. Y a veces me pregunto si te volverías a enamorar de mí en caso de que el
destino —divino— cruzase otra vez nuestros caminos. Aunque eso ya no importa
ahora, porque ya no espero, no creo, y quizá tampoco quiero que pase. Lo único
que quisiera es poder volver a hablarte, pero como ahora no me lo permites, todo
lo que escribo lo hago con la ridícula esperanza de que algún día, tal vez aún
en la clandestinidad de esa tierra lejana, puedas leerlo y sonrías. Si es que
él —sabes de quién hablo— te permite sonreír.
Sé que en estos días te estarás graduando
(y pensar que yo te conocí quinceañera), así que no quiero dejar de
felicitarte. No me sorprende que lo hayas logrado, pero tu inquebrantable
determinación vuelve a maravillarme. Well
done!
Ya
es tan tarde que casi es temprano; debo ir a dormir.
Hasta que el sol se consuma y el mar se congele,
for ever and ever till the end of times,
te quiere,
el que te amó.
Que Dios nos bendiga.
PD: Te dedico este video. Disfruta la
canción: http://bit.ly/14dnN0e
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