La noche en que recibí la noticia me vino la idea de un viaje, un viaje donde se pierde absolutamente todo contacto, desde donde no se pueden escribir cartas ni enviar postales, recibir llamadas ni dejar mensajes. Sí, ahí debía estar Ana Paula.
Llevaba un poco más de tres meses manteniendo contacto inter-diario con ella antes de su desaparición. Nos habíamos “conocido” por internet (una curiosa historia que no viene al caso contar ahora). Durante las primeras semanas de amistad tuve que luchar aguerridamente contra mi flagelante ansiedad por hablarle. ¿Qué tanto debía escribir durante nuestras conversaciones para no parecer desesperado pero tampoco indiferente? ¿Cuándo debía tomar la iniciativa del saludo y cuándo debía esperar a que ella lo hiciera? Si mis mensajes aparecían como leídos pero sin respuesta, entonces empezaba a auto maldecirme: ¡debía haberme aguantado! ¡Cuando ella me escribiera le haría lo mismo! Pero apenas su nombre aparecía en mi bandeja de entrada olvidaba mis impulsivas promesas de orgullo; otra vez todo era perfecto y yo era feliz.
Al cabo de un mes mis conflictos internos habían casi desaparecido por completo. Apu (como me había pedido que la llame) se mostraba cada vez más interesada en conocerme y dejarse conocer; hasta llegué a darme el lujo de no escribirle durante una semana entera para ver si ella decidía retomar el contacto, y lo hizo. Por medio de fotos instantáneas me mantenía al tanto de sus movimientos: dónde andaba, con quiénes y hasta qué comía. Todo esto sin ninguna pisca de dependencia por su parte ni de control obsesivo por la mía. La diferencia de horarios dejó de ser un inconveniente durante nuestras largas charlas nocturnas. Su padre roncaba muy fuerte, los gotones repicaban en el cristal de su ventana haciéndola asustar y su gata ya no maullaba desde que la operaron.
Con una tristeza casi ridícula me explicó que no podríamos hablar por un par de semanas ya que viajaría a otro pueblo para presentarse en un evento nacional de danza contemporánea y no llevaría su teléfono inteligente por equis motivos. Lo lamenté en un tono más bien irónico y me despedí sin mucha emotividad. Me gustaba sentir que empezaba a tener el control.
Las dos semanas se fueron a hurtadillas. Debió ser que su efusivo “te voy a extrañar mucho” generó en mí exactamente el efecto contrario.
La tarde en que Ana Paula debía estar de vuelta no recibí ningún mensaje. Revisé mi bandeja un par de veces y luego me prometí a mí mismo no volver a hacerlo hasta el día siguiente. Pero al día siguiente su foto con los labios fruncidos seguía sin aparecer en la cabecera de mi bandeja. Así pasó una semana y media más durante la cual todo el autocontrol del que ya empezaba a hacer alarde se desvaneció por completo. Por las noches renegaba de ella, de la facilidad que tiene la gente para olvidarse de los amigos, y hasta empezaba a dudar de si todas las cosas bonitas que Ana Paula solía decirme eran reales o solo cosa de mi malinterpretación. Visitaba su “muro” cada quince minutos a ver si publicaba algo, si comentaba alguna foto o tenía alguna interacción, pero nada. Pasé varias noches volviendo una y otra vez sobre nuestras conversaciones, releyendo las líneas en las que, según yo, ella había manifestado interés y gusto hacia mí; hasta llegué al punto de memorizarme algunas frases.
Recién a la tercera semana de haber vuelto de su viaje un mensaje de Ana Paula saltó en mi bandeja. En la pre-visualización solo se llegaba a leer la última línea: “Lamento no haberte escrito antes. Lo siento mucho”.
¡Ja! ¿Ella lo sentía? Pues lo sentiría más porque yo también sabía hacerme esperar. Pero mi huelga no pasó de las dos horas, luego me volqué sobre la computadora con el corazón que me brincaba de emoción por poder al fin, después de casi cinco semanas, volver a saber de ella:
Estimado Jorge, te habla la mamá de Ana Paula. Debo darte la terrible noticia de que Apu ha muerto. Todos estamos consternados y sin hallar consuelo por la partida de nuestra niña. Ahora mismo te escribo entre lágrimas, solo para decirte que Apu te tenía siempre presente, y que la noche en que ganó el trofeo de primer lugar me pidió desesperadamente que por favor entre a su facebook y que te la pase. ¿Se le ve muy feliz no? Guárdala, fue su última foto.
Lamento no haberte escrito antes. Lo siento mucho.
Supuestamente era su madre quien me hablaba, pero yo veía la misma foto de la chica de labios fruncidos. Pensé que Ana Paula se había inventado esa historia para deshacerse de mí, para no tener que explicarme que había empezado a salir con un chico que conoció en el viaje. Guardaba la esperanza de que su nombre apareciera una vez más en la cabecera de mi bandeja, de leer en mis noticias que Ana Paula Vinatea había actualizado su estado hacía un momento, que había pasado de estar soltera a estar en una relación, pero en su “muro” solo se leía una actualización de estado de hacía casi mes y medio:
“mee voy de viajeeeee!”