lunes, 26 de diciembre de 2011

La ley de la costumbre


-          Chau  –dijo Ximena mientras su figura se ocultaba tras la puerta que se 
            cerraba.
-          Te amo –alcanzó a decir Marcelo cuando el taxi estaba arrancando.
-          Yo también –susurró ella sin intención de que él llegue a escucharla.

Habían pasado casi seis meses desde que Ximena le dio el “sí” a Marcelo. La relación había sido muy buena, ambos se llevaban muy bien. Muchos de sus amigos en común decían que llegarían a casarse, aunque aún eran muy jóvenes y tenían mucho por vivir y aprender. Ese día estuvieron juntos toda la tarde en casa de Marcelo, sin embargo ambos sentían que algo no andaba bien.  Una sensación de insatisfacción rodeó a Marcelo durante todo el camino a casa, y se preguntaba qué estaba pasando. Ximena, por su lado, sin saber lo que sucedía con su enamorado, se sentía exactamente igual. Ella amaba estar con Marcelo, y hacía lo posible para verlo casi todos los días, pero últimamente estos encuentros no terminaban de llenarla. Algo nos está faltando, pensaba. De pronto, como un relámpago alumbra y se va, así vino un pensamiento a su mente: “El siguiente paso”.

Esta historia no es ficción; podría cambiar el nombre de Marcelo o el de Ximena, y poner el mío o el tuyo, y no estaríamos tan lejos de la realidad. Cuando uno se enamora de verdad, al principio, el interés meramente sexual pasa a un segundo, y hasta a un tercer plano a veces. El que solía decir: “Qué rica”, ahora dice: “Qué linda”, y cuando ve pasar a esa chica especial, su corazón se excita más que otras partes de su cuerpo. Su floro de gilerito desaparece porque “se le lengua la traba”, y lo único que desea es estar de la mano con ella para sentir que ha tocado el cielo. Pensar en un beso ya es demasiado, y en algo más, inadmisible. Sin embargo, este romanticismo puede llegar a ser un arma de doble filo si uno no reconoce que todos estos estímulos son lindos, pero pasajeros.

Después de haberle declarado su amor muchas veces, después de muchos chotes, después de muchas cartas, después de muchos sacrificios, Marcelo conquistó a Ximena. La tarde en la cual ella le dijo que sí, él no se lo esperaba, no sabía cómo reaccionar; Ximena le dijo que tenía que irse y se despidió con un piquito. Era más de lo que se imaginaba, pasó el resto del día oprimiendo sus labios recordando ese segundo de gloria. Había sentido los labios de su musa por primera vez, podía morir feliz. Ahora, seis meses después, las cosas habían cambiado. Marcelo y Ximena, como la mayoría de los jóvenes, desconocían lo que yo llamo “la ley de la costumbre”; lo que en un principio puede ser maravilloso, deja de ser demasiado especial cuando te acostumbras a ello. Esto se aplica específicamente a los estímulos físicos:

Tocar su mano sería tocar el cielo; meses después, estar de su mano ya es como tener la mano en el bolsillo.
Teniéndola entre mis brazos, el tiempo desaparecería; meses después, estás tan acostumbrado a abrazarla como a tu almohada.
Pero si la besara, nada podría borrarla de mi mente; meses después, sus besos ya no te quitan el sueño.
Cuando logre tocar su cuerpo, ya no pediré más; meses después, los toques ya no son suficientes.
Tal vez es hora de el siguiente paso, el sexo.

Una vez que “la ley de la costumbre” se cumple, todo vuelve al inicio. Sin darte cuenta, todas tus esperanzas estaban puestas en los estímulos externos, pero cuando uno deja de satisfacerte, vas por el siguiente, así sucesivamente; al final entenderás que estás tratando de llenar un barril sin fondo. Si todos los estímulos anteriores al inicio parecían ser la respuesta pero después perdieron su sabor, ¿qué te hace pensar que el sexo será diferente? Tal vez la primera vez sea maravillosa (tal vez), así como lo fue la primera vez de la mano, el primer abrazo, el primer beso, pero siempre volverás al inicio. El sexo será sólo una actividad añadida a la lista, pero si el fundamento de la relación no se fortalece, entonces nada habrá cambiado. Tras haber decidido entregar su cuerpo pensando que sería la salvación de su relación, muchos terminan dándose con la triste sorpresa de que no había valido la pena.

Entonces, ¿cuál es el verdadero siguiente paso? ¿Qué es lo que se debe fortalecer en una relación para mantenerla viva? Una vez escuché algo así: “Si quieres acabar con una relación, identifica qué es lo que los unió, y destrúyelo”. Lo que se debe fortalecer en una relación es lo que te unió a esa persona, lo que hizo que la prefieras a ella antes que a otra, lo que la hace especial. En una relación juvenil NO ES el contacto físico lo que debe fortalecerse. Cualquier persona tiene manos para cogerlas, brazos para abrazarte, labios para besarte, y cuerpo para tocarlo y relacionarte sexualmente; si se tratase de eso, estar con cualquier persona daría lo mismo. Pero lo que hace especial a esa persona es “la persona en sí misma”. ¿Qué es lo que puedes vivir con ella que no lo puedes vivir con nadie más? Respuesta: La amistad. Fortalecer la amistad es la clave. La comunicación, la comprensión, la diversión, la confianza, la intimidad emocional, esas son las cosas que, así ambos tengan noventa años, los seguirán uniendo, porque, a diferencia de los estímulos físicos, estos no se acaban ni pierden el sabor. Esa es la base del amor genuino. Cuando lo que te une a tu pareja no se puede tocar, entonces tampoco se puede destruir. El sexo no es la respuesta para salvar una relación, es tan sólo la cereza de la torta, pero la torta sin cereza sigue siendo torta. Si quieres una relación duradera encárgate de fortalecer eso que no se toca, eso que ni la distancia ni el tiempo pueden vencer, la amistad, el amor espiritual.  

Ahora, el argumento más común sería: “Pero Diego, la carne es débil. El cuerpo lo pide; es imposible abstenerse del sexo”. No se trata de abstenerse, se trata de esperar. Tal vez parece imposible, pero “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:27). Cuando uno experimenta el nuevo nacimiento por la fe en Jesucristo, su Espíritu Santo es el que da la capacidad de poder hacer y no hacer lo que antes era imposible. Todo es por Su Gracia.

Recuerdo hace años estar sentado en la combi y ver a una pareja de ancianos sentados en los asientos reservados. No se tocaban, la verdad ni se miraban. Me pregunté si aún se querían. De pronto, el chofer hizo una de sus quiebres mortales, y el anciano, antes de pensar en sostenerse, abrazó a su esposa y se aseguró de que ella esté a salvo. Entonces entendí que ese era el resultado de un amor maduro. Tal vez no andaban de la mano como quinceañeros enamorados, pero sabían que siempre el uno estaría para el otro cuando se necesiten. El contacto físico pasa, pero el amor genuino, el espiritual, permanece.

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.
1Corintios 13:4-8

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viernes, 23 de diciembre de 2011

Querido Papanoel


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Querido Papanoel:

Mi nombre es Mariano y tengo 6 años.
Este año me he portado muy bien. Desde que empecé el colegio no he dejado de hacer ni una sola tarea. He obedecido a mis papás en todo y no me han castigado ni una sola vez… bueno, sólo esa vez que mi papá me pegó con la correa. No sé por qué me castigó, pero él llegó muy enojado y parecía que no podía caminar bien, como si estuviese mareado. Empujó a mi mamá y yo fui a abrazarla. Mi papá se enojó mucho y me gritó, me dijo cosas feas y luego se sacó la correa y empezó a pegarme. No sé qué fue lo que hice, pero le pedí perdón y le prometí que ya no me portaría mal. He comido toda mi comida, hasta el hígado que no me gusta nadita. Es que mi mamá llora todas las noches, y cuando le pregunté a mi hermano Felipe por qué lloraba mamá, me dijo que era porque yo no comía mi comida. Desde ese día no dejo ni un solo arroz. Pero ella sigue triste, creo que es porque yo no soy un buen hijo. Pero trato de portarme bien, no sé qué hago mal. Mi hermano Felipe siempre está enojado. Se va temprano y llega en las noches de mal humor. Mi mamá toca la puerta de su cuarto y él le grita que no lo moleste y pone su música rara a todo volumen. A veces quiero jugar con él pero me da miedo pedirle que juegue conmigo. Cuando lo abrazo me empuja y me dice que eso sólo lo hacen las niñas. Me da ganas de llorar, pero si mi papá me encuentra llorando se enoja mucho y me dice que sólo las niñas lloran, luego mi mamá me defiende y de nuevo empiezan las peleas y los gritos. No quiero que mis papitos se peleen por mi culpa. A veces pienso que todos los problemas de mi casa son por mi culpa, por eso te escribo esta carta, porque ya sé que quiero esta navidad. Quiero una familia feliz.  

Mis amigos piden juguetes, pero yo no tengo con quién jugar; piden pelotas, pero yo no tengo quién me lleve al parque; piden bicicletas, pero yo no tengo quién me enseñe a montar. Yo no quiero nada de eso, sólo quiero que mi familia esté feliz. Papanoel, ¿tú puedes darme ese regalo? Te prometo que no te pediré nada más en ninguna navidad. Todo este año he tratado de portarme bien para poder pedirte esto. Esta es mi lista:

-          Quiero jugar con mi hermano.
-          Quiero que mi mamá no llore.
-          Quiero que mi papá me abrace.
-          Quiero una familia feliz.

Nunca había esperado una navidad con tantos deseos. Si me cumples esto, esta será la mejor navidad de mi vida, y me portaré bien todos los años y no te pediré nada nunca más.

¡¡¡Gracias Papanoel!!!

Marianito.

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Como dice el eslogan de una famosa tarjeta de crédito, "Hay cosas que el dinero no puede comprar". Esta navidad tal vez recibas y des muchos regalos, pero sólo Jesús tiene lo que tu corazón necesita. En Jesús hay vida, hay paz, hay restauración, hay libertad, hay salud, hay esperanza y hay propósito. Dios tiene un regalo para ti esta navidad, y se llama Jesús.  Este regalo es gratuito. Sólo lo recibes creyendo en su nombre, arrepintiéndote de la vida que has llevado (tomando la decisión de cambiar), y entregándole tu vida para que Él la dirija, y así serás hecho un hijo de Dios.

Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios.
 -Juan 1.11-12-

Si aún no tienes a Jesús, recíbelo hoy; si ya lo tienes, regálaselo a alguien más.

¡FELIZ NAVIDAD!


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domingo, 4 de septiembre de 2011

¿Vale la pena enamorarse?

Hace un par de semanas, durante la entrega de trabajos finales, mientras terminaba mi presentación para el Pre jurado, una amiga que estaba en otra mesa luchando contra el reloj para terminar un trabajo de geometría, soltó un comentario al aire después de colgar el teléfono celular: “No estén con nadie mientras estén estudiando, es lo peor que pueden hacer.” Yo respondí bromeando: “¿Entonces?, amores de verano nomás.” Ella asintió riendo, pero yo me quedé pensando. Por una extraña razón, las relaciones sentimentales a nuestra edad suelen terminar en un dilema: “Ya no la/lo aguanto, pero no puedo vivir sin ella/él”. Esa persona que solía hacer que todas las preocupaciones se desvanezcan con tan sólo una sonrisa, ella misma termina convirtiéndose en “LA preocupación”, y quien acostumbraba alegrarte el día, termina siendo la razón de tus más amargas lágrimas. “Así es el amor”, concluyen algunos, “¿Por qué es tan cruel el amor?”, se pregunta Arjona, “Aún no entendemos cómo funciona el amor”, diría yo.

¿Cuál fue el criterio que usaste para escoger a tu última pareja? Cuando nos sentimos atraídos por alguien, lo único que deseamos es estar con esa persona. ¿Por qué? Porque es divertida, porque es muy atractiva, porque me encantan sus besos, porque me siento seguro en sus brazos, porque me gusta tomar su mano, o porque simplemente su presencia me hace sentir bien. Hay muchos “por qué”, pero tal vez la pregunta crucial sería: ¿Para qué? ¿Para qué estar con alguien? Esta pregunta puede rondar tu cabeza por un buen rato, y probablemente no halles la respuesta. Si hoy en día te gusta alguien o ya tienes pareja, probablemente tienes muchas razones, pero pocos motivos. Los jóvenes desconocen el propósito de las relaciones sentimentales, por eso terminan siendo víctimas de ellas.

Me atrevo a asegurar que ni el sentirte a gusto con alguien, ni estar de la mano, ni los abrazos, ni los besos, ni los toqueteos, ni el sexo, pueden hacer que una relación sea beneficiosa para ambas personas, si esta relación no tiene un propósito claro. Al final esas maripositas que revoloteaban por el estómago pueden terminar convirtiéndose en náuseas, y la relación termina siendo una carga más que en un beneficio. De nada sirve estar en un avión de primera clase si ese avión vuela sin rumbo fijo. El combustible tarde o temprano se acabará, y ese lindo viaje sin rumbo terminará en una tragedia. Ahora pues, para conocer el propósito de las relaciones sentimentales, acudamos a Aquél quien las diseñó:

"Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él." (Génesis 2:18)

Es interesante lo que dice Dios momentos previos a la creación de la mujer. “No es bueno que el hombre esté solo”, suena a: “Pobre, está solito, necesita compañía” Así se sienten muchos jóvenes hoy en día, pero ese no era el enfoque de Dios para la relación sentimental. Uno no debe estar con alguien sólo por el hecho de “estar con alguien”. En la segunda parte del verso, Dios aclara su propósito: “Le haré ayuda idónea”. Dios NO dice: “No es bueno que el hombre esté solo, le haré compañía”. Usa la palabra AYUDA. Cuando alguien dice: “Necesito ayuda”, nadie le preguntaría “¿Por qué?”, sino “¿Para qué?”. Entonces, ¿Para qué necesitaba ayuda el hombre? Para cumplir su propósito, para alcanzar una meta. No entraremos en detalles, pero un capítulo anterior, Dios le muestra al hombre su propósito, entre otros detalles, administrar con excelencia todo lo que Dios le había dado. El hombre tenía una misión, algo claro a dónde dirigirse, y para eso Dios le dio a la mujer, para que ella complete lo que le faltaba a él, y juntos poder alcanzar una meta en común.

Antes de escoger a tu próxima pareja, piensa en lo siguiente: ¿A dónde me dirijo? ¿Qué metas tengo? ¿Cuál es mi propósito en esta vida? Una vez que tengas esas respuestas, reflexiona: ¿Esa persona tiene las características necesarias para ayudarme a alcanzar mi propósito? ¿Será una ayuda idónea para realizarme o será un tropiezo? ¿Tenemos metas en común? Alguien que no tiene claro su propósito en la vida, probablemente se equivoque varias veces al momento de escoger a su pareja, y su vida sentimental estará llena de frustraciones y heridas. No hay mejor fuente para conocer tu propósito que tu creador: Dios. Él se manifestó a través de Jesús para darnos a conocer nuestro propósito, por eso todo aquél que lo busca también se encuentra a sí mismo. Una vez que tengas claro tu propósito, sabrás cómo debe ser la persona que te acompañe en este camino, y tu próxima historia de amor no terminará contigo borracho/a por despecho entonando una canción del grupo 5.

Finalmente, ¿Vale la pena enamorarse? Podríamos recurrir a un ejemplo usado anteriormente; ¿Vale la pena viajar en un avión de primera clase? Por más tentador que sea, si no tiene rumbo fijo, NO. Pero si tienes claro a dónde se dirige ese vuelo, podrás disfrutar del maravilloso viaje que es el amor, el amor con propósito.


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sábado, 3 de septiembre de 2011

No le pidas peras

No le pidas peras al olmo, dice el viejo dicho. La última vez que me aconsejaron citándome este dicho, yo respondí preguntando: ¿Qué es un olmo? (lo sé, me encanta complicar todo). Esta persona no supo responderme, así que decidí averiguar por mí mismo. En mi exhaustiva investigación (tipear en google y darle clic a la primera opción) encontré interesantes resultados. El olmo es buen árbol de sombra y de excelente madera, pero sobretodo tiene diversas propiedades medicinales. Es muy útil para tratar espasmos y cólicos estomacales, es un excelente tratamiento para las diarreas, tiene propiedades antiinflamatorias para tratar la hinchazón producto de golpes y torceduras, tiene propiedades cicatrizantes para tratar todo tipo de heridas, tiene pequeñas propiedades antisépticas muy útil para limpiar las heridas, y finalmente tiene, aunque en pequeña medida, propiedades expectorantes para tratar algunas enfermedades del aparato respiratorio como la  faringitis y la bronquitis, además de ser muy buena para disminuir la tos. ¡Bastante bueno eh!, pero… ¡oh! Es cierto… el olmo no da peras.

No decidí escribir este artículo con el fin de dar una clase de biología (¡Waj!), sino porque este curioso dicho me hizo reflexionar acerca de un tema con el cual seguramente te identificarás. ¿Alguna vez te sentiste frustrado porque la persona que quieres no responde como tú quieres? (Te dije que te sentirías identificado =) Entonces termina de leer este post y aprenderás algo que te servirá mucho.

Hace poco tiempo conocí a una chica muy especial (no daré más detalles al respecto). Me agradó mucho, y como suelo hacer, apreté el botón de play y la película empezó a rodar en mi veloz imaginación. La respuesta fue positiva, parecía agradarle también. Después de un par de semanas de haberla pasado muy bien juntos, tuvimos que distanciarnos. Mi intención era mantener la amistad y fortalecerla en la medida de lo posible, pero todos mis intentos parecieron ser fallidos. Ella estuvo incomunicada por una semana, tardó días en responder mis correos, no le daba me gusta a ninguna de mis publicaciones en facebook, ¡y cuando se conectaba al chat no me saludaba! (Si hasta hace un tiempo, cuando alguien te gustaba, era terrible que tu teléfono no suene, ahora es terrible que en la barra principal del facebook no se prenda una lucecita roja diciéndote que tienes una notificación nueva). Durante el tiempo que transcurrió ella me dijo muchas veces lo mucho que me extrañaba, pero para mí era difícil comprenderlo porque ella no lo demostraba como yo. Fue entonces que ese dicho se cruzó en mi camino: No le pidas peras al olmo. Entonces empecé a meditar en la idea de que, como los árboles, todas las personas tenemos diferentes semillas (educación,  cultura, costumbres, experiencias, etc.), y por lo tanto, tenemos diferentes propiedades y damos diferentes frutos.  

Muchas relaciones amicales y sentimentales se deterioran porque uno anda por la vida esperando que todos respondan, reaccionen y actúen como uno mismo lo haría. ¡Qué problema! Hacemos inimaginables esfuerzos por hacer a la otra persona a nuestra propia imagen, en vez de esforzarnos en conocerla tal cual es y descubrir todo ese maravilloso y nuevo mundo que hay dentro de ella. 

Tal vez tú ríes de burla, pero ella ríe de nervios; tal vez tú vas detrás de ella porque te agrada, pero ella huye porque le gustas; tal vez tú la abrazas sólo a ella porque la quieres, pero ella abraza a todos sus amigos para que no te des cuenta que te quiere; tal vez tú te pones extrovertido cuando estás con ella porque es especial, pero ella se reprime y se pone seria porque tú eres especial; tal vez tú tienes la costumbre de darle me gusta a todas sus publicaciones, pero ella sólo sonríe de alegría al leer las tuyas y no dice nada; tal vez tú siempre la miras y te derrites, pero ella nunca te mira porque la da vergüenza derretirse delante de ti; tal vez tú le hablas a todo el mundo de ella porque estás ilusionado, pero ella no le habla a nadie de ti porque no quiere ilusionarse; tal vez tú esperas que ella te hable primero en el chat para probar si está interesada, pero ella nunca lo hace porque le interesas y no sabe cómo iniciar una conversación contigo (¡y nosotros siempre pensando lo peor!).

Tal vez para ti el rojo es dolor, pero para ella es amor; tal vez para ti el negro es muerte, pero para ella es suspenso; tal vez para ti el amarillo es sólo alegría, pero para ella es esperanza; tal vez para ti el verde es sólo frescura, pero para ella es vida; tal vez para ti el azul es frío, pero para ella es el cielo. Tal vez te dice a gritos que eres especial, y tú no lo comprendes; tal vez muchas veces te dice que te ama, pero tú no lo entiendes porque lo dice a su manera y no a la tuya. ¿Y cuál es su manera? Date el trabajo de conocerla, y lo sabrás. 

“Pero si yo fuese ella, yo hubiese hecho tal cosa”, solemos decir; he ahí el detalle: Tú no eres ella, ni ella es tú. Una de mis enseñanzas favoritas de Jesús es esta: “…traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes.” –Mateo7.12-NVI– En otras palabras dice: Actúa con la otra persona como quisieras que ella actúe contigo; pero NO dice: espera que ella actúe contigo, como tú actuarías con ella. Eso significaría vivir atado a una constante frustración.  

Yo no estoy de acuerdo con esa tonta frase de: “Así me conociste, no esperes que cambie”. Tengo la plena convicción que si una persona tiene algo que corregir, debe corregirlo. Alguien que ama siempre va a buscar que la otra persona crezca y mejore. Pero hay actitudes que no son buenas ni malas, son simplemente diferentes. A eso me refiero cuando digo que uno no debe buscar cambiar a la otra persona. 

Esa persona es especial. Tal vez te acercaste a ella esperando encontrar peras, pero te encontraste con un olmo. Has pasado mucho tiempo frustrado porque por más esfuerzos que has hecho, nunca has recibido lo que esperabas. Pero te doy una buena noticia, como lo dije en la introducción, el olmo tiene muchas propiedades maravillosas que tal vez aún no descubres por andar enfocado solamente en lo que tú quisieras. Si no es lo que esperabas, tal vez sea algo mucho mejor. Pero si aún descubriendo las bondades del olmo sigues queriendo peras, entonces mejor dile adiós y sigue tu camino, porque simplemente esa persona no es para ti. 

Puedo concluir aconsejándote algo: Si vas a seguir esperando recibir peras del olmo, bueno… mejor espera sentado =)


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domingo, 28 de agosto de 2011

La ruedita

Hace algunos días veía la TV mientras almorzaba solo en la cocina de mi casa (vivo con ocho personas, pero a veces tardo un poco en bajar a comer por andar ocupado en algo más). No recuerdo qué veía (probablemente un dibujo animado o alguna cómica serie adolescente). En el tiempo de la publicidad, un comercial de una empresa de seguros llamó mi atención de manera particular. El comercial empezaba diciendo: “Lo mejor de la vida es disfrutarla…”. A continuación salía un niño enfocado de la cintura para arriba; al parecer estaba andando en una bicicleta. De pronto se soltó de los mangos y abrió los brazos de par en par sin temor alguno, disfrutando del viento y con una amplia sonrisa de satisfacción. Y la frase cerraba así: “…Y la disfrutas cuando te sientes seguro”. Se hizo un plano detalle de la parte baja de la bicicleta, y entonces entendí por qué el niño estaba tan seguro de abrir los brazos sin temor a perder el equilibrio y caer. Era gracias a la ruedita de apoyo.

Tengo un muy vago recuerdo de una bicicleta con rueditas que había en mi casa hace muchos años (y espero no estar alucinando). La verdad sólo recuerdo que era pequeña y roja. Me imagino que con ella empecé a dar mis primeros recorridos por los parques. Nadie usa las rueditas toda la vida, pero son necesarias en la etapa de agarrar confianza en la bicicleta y en uno mismo. Las rueditas fueron esas fieles compañeras en los tiempos de incertidumbre; esas que te decían que podías andar tranquilo, que todo estaría bien. Uno llega a encariñarse, esperando nunca tener que separarse de ellas. Pero cuando sales al parque de la vida, te das cuenta que los “chicos grandes” ya no usan rueditas. Estas se convierten en un símbolo de cobardía, de inmadurez e infantilismo. Uno llega a avergonzarse de las rueditas ante aquellos que ya no las usan, y hasta puede terminar odiándolas por ser la razón de la burla de sus amigos. Finalmente llega el momento en que papá llega del trabajo y dice:

      ¡Hijito! Te tengo una sorpresa.

Uno baja todo emocionado y entonces la ve. Es la misma bicicleta. Parece que la hubieran remodelado, hasta brilla, pero algo le falta. Sólo es necesario bajar un poco la mirada y darse cuenta de un pequeño detalle: ya no hay rueditas. Uno mira asustado a papá y le pregunta:

      ¿Y mis rueditas?

Papá sonríe tiernamente y dice:

      Ya no las necesitas, hijo. Has crecido. Desde este domingo empezamos a practicar con tu nueva bici. Ahora empieza la vida.

Sí, entonces empieza la vida. Las caídas, los golpes, los traumas, los llantos. Las mil y un veces repetidas frases: No puedo, Ya no quiero. Las rueditas quedan en el olvido, y, en el mejor de los casos, en algún rincón del viejo almacén.

Las rueditas me hacen pensar en personas especiales que, sin haber querido resaltar, marcaron mi vida para siempre. Personas que estuvieron conmigo cuando aún no era nadie, cuando aún no sabía a dónde iba. Personas que me tomaron de la mano cuando temía dar mis primeros pasos en la vida. Personas que confiaron en mí cuando nadie más lo hizo, y cuando no tenían razón alguna para hacerlo. Personas que me dijeron: Tú puedes; y no sólo lo dijeron de la boca para afuera, sino que invirtieron tiempo, esfuerzo y hasta dinero en mí por creer que valía la pena. Personas que muchas veces sólo recibieron ingratitud, o no recibieron la gratitud que merecían. La verdad es que no buscaron nada a cambio, sólo con verme crecer se sintieron satisfechos. Todas esas personas han sido como las rueditas de mi bici. Fueron el impulso que necesitaba para creer en cosas mayores, mi apoyo cuando aún no podía mantener el equilibrio por mí mismo. Me dieron seguridad y valor. Como dije al principio, no toda la vida uno puede andar con rueditas de apoyo, tal vez por eso en algún momento nos distanciamos (o tendremos que hacerlo). Ellos sabían que no serían indispensables siempre, que algún día yo tendría que andar por mí mismo, pero aún así se entregaron a la causa.

Sólo hay una ruedita de apoyo que nunca faltará y de la cual nunca me podré independizar, y ese es Dios. Puedo andar confiando y seguro, porque nada me dañará mientras tenga mi mirada en Él:

Mis ojos están puestos siempre en el Señor, pues sólo él puede sacarme de la trampa.
-Salmos 25.15-

En algunas áreas de mi vida aún necesito rueditas, en otras ya no, pero lo poco o lo mucho que he alcanzado en mi vida, se lo debo en gran parte a todos ustedes que alguna vez decidieron ser la ruedita de mi bici. Algunos aún están, otros ya se fueron, y otros deben andar por algún lado del planeta, pero a todos quiero darles las GRACIAS. Que cosechen cien veces más de lo que sembraron en mí. Gracias por haber creído en mí, gracias por su paciencia, gracias por todo.

Simplemente GRACIAS por haber sido la ruedita de mi bici =) .
  


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