lunes, 26 de diciembre de 2011

La ley de la costumbre


-          Chau  –dijo Ximena mientras su figura se ocultaba tras la puerta que se 
            cerraba.
-          Te amo –alcanzó a decir Marcelo cuando el taxi estaba arrancando.
-          Yo también –susurró ella sin intención de que él llegue a escucharla.

Habían pasado casi seis meses desde que Ximena le dio el “sí” a Marcelo. La relación había sido muy buena, ambos se llevaban muy bien. Muchos de sus amigos en común decían que llegarían a casarse, aunque aún eran muy jóvenes y tenían mucho por vivir y aprender. Ese día estuvieron juntos toda la tarde en casa de Marcelo, sin embargo ambos sentían que algo no andaba bien.  Una sensación de insatisfacción rodeó a Marcelo durante todo el camino a casa, y se preguntaba qué estaba pasando. Ximena, por su lado, sin saber lo que sucedía con su enamorado, se sentía exactamente igual. Ella amaba estar con Marcelo, y hacía lo posible para verlo casi todos los días, pero últimamente estos encuentros no terminaban de llenarla. Algo nos está faltando, pensaba. De pronto, como un relámpago alumbra y se va, así vino un pensamiento a su mente: “El siguiente paso”.

Esta historia no es ficción; podría cambiar el nombre de Marcelo o el de Ximena, y poner el mío o el tuyo, y no estaríamos tan lejos de la realidad. Cuando uno se enamora de verdad, al principio, el interés meramente sexual pasa a un segundo, y hasta a un tercer plano a veces. El que solía decir: “Qué rica”, ahora dice: “Qué linda”, y cuando ve pasar a esa chica especial, su corazón se excita más que otras partes de su cuerpo. Su floro de gilerito desaparece porque “se le lengua la traba”, y lo único que desea es estar de la mano con ella para sentir que ha tocado el cielo. Pensar en un beso ya es demasiado, y en algo más, inadmisible. Sin embargo, este romanticismo puede llegar a ser un arma de doble filo si uno no reconoce que todos estos estímulos son lindos, pero pasajeros.

Después de haberle declarado su amor muchas veces, después de muchos chotes, después de muchas cartas, después de muchos sacrificios, Marcelo conquistó a Ximena. La tarde en la cual ella le dijo que sí, él no se lo esperaba, no sabía cómo reaccionar; Ximena le dijo que tenía que irse y se despidió con un piquito. Era más de lo que se imaginaba, pasó el resto del día oprimiendo sus labios recordando ese segundo de gloria. Había sentido los labios de su musa por primera vez, podía morir feliz. Ahora, seis meses después, las cosas habían cambiado. Marcelo y Ximena, como la mayoría de los jóvenes, desconocían lo que yo llamo “la ley de la costumbre”; lo que en un principio puede ser maravilloso, deja de ser demasiado especial cuando te acostumbras a ello. Esto se aplica específicamente a los estímulos físicos:

Tocar su mano sería tocar el cielo; meses después, estar de su mano ya es como tener la mano en el bolsillo.
Teniéndola entre mis brazos, el tiempo desaparecería; meses después, estás tan acostumbrado a abrazarla como a tu almohada.
Pero si la besara, nada podría borrarla de mi mente; meses después, sus besos ya no te quitan el sueño.
Cuando logre tocar su cuerpo, ya no pediré más; meses después, los toques ya no son suficientes.
Tal vez es hora de el siguiente paso, el sexo.

Una vez que “la ley de la costumbre” se cumple, todo vuelve al inicio. Sin darte cuenta, todas tus esperanzas estaban puestas en los estímulos externos, pero cuando uno deja de satisfacerte, vas por el siguiente, así sucesivamente; al final entenderás que estás tratando de llenar un barril sin fondo. Si todos los estímulos anteriores al inicio parecían ser la respuesta pero después perdieron su sabor, ¿qué te hace pensar que el sexo será diferente? Tal vez la primera vez sea maravillosa (tal vez), así como lo fue la primera vez de la mano, el primer abrazo, el primer beso, pero siempre volverás al inicio. El sexo será sólo una actividad añadida a la lista, pero si el fundamento de la relación no se fortalece, entonces nada habrá cambiado. Tras haber decidido entregar su cuerpo pensando que sería la salvación de su relación, muchos terminan dándose con la triste sorpresa de que no había valido la pena.

Entonces, ¿cuál es el verdadero siguiente paso? ¿Qué es lo que se debe fortalecer en una relación para mantenerla viva? Una vez escuché algo así: “Si quieres acabar con una relación, identifica qué es lo que los unió, y destrúyelo”. Lo que se debe fortalecer en una relación es lo que te unió a esa persona, lo que hizo que la prefieras a ella antes que a otra, lo que la hace especial. En una relación juvenil NO ES el contacto físico lo que debe fortalecerse. Cualquier persona tiene manos para cogerlas, brazos para abrazarte, labios para besarte, y cuerpo para tocarlo y relacionarte sexualmente; si se tratase de eso, estar con cualquier persona daría lo mismo. Pero lo que hace especial a esa persona es “la persona en sí misma”. ¿Qué es lo que puedes vivir con ella que no lo puedes vivir con nadie más? Respuesta: La amistad. Fortalecer la amistad es la clave. La comunicación, la comprensión, la diversión, la confianza, la intimidad emocional, esas son las cosas que, así ambos tengan noventa años, los seguirán uniendo, porque, a diferencia de los estímulos físicos, estos no se acaban ni pierden el sabor. Esa es la base del amor genuino. Cuando lo que te une a tu pareja no se puede tocar, entonces tampoco se puede destruir. El sexo no es la respuesta para salvar una relación, es tan sólo la cereza de la torta, pero la torta sin cereza sigue siendo torta. Si quieres una relación duradera encárgate de fortalecer eso que no se toca, eso que ni la distancia ni el tiempo pueden vencer, la amistad, el amor espiritual.  

Ahora, el argumento más común sería: “Pero Diego, la carne es débil. El cuerpo lo pide; es imposible abstenerse del sexo”. No se trata de abstenerse, se trata de esperar. Tal vez parece imposible, pero “lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:27). Cuando uno experimenta el nuevo nacimiento por la fe en Jesucristo, su Espíritu Santo es el que da la capacidad de poder hacer y no hacer lo que antes era imposible. Todo es por Su Gracia.

Recuerdo hace años estar sentado en la combi y ver a una pareja de ancianos sentados en los asientos reservados. No se tocaban, la verdad ni se miraban. Me pregunté si aún se querían. De pronto, el chofer hizo una de sus quiebres mortales, y el anciano, antes de pensar en sostenerse, abrazó a su esposa y se aseguró de que ella esté a salvo. Entonces entendí que ese era el resultado de un amor maduro. Tal vez no andaban de la mano como quinceañeros enamorados, pero sabían que siempre el uno estaría para el otro cuando se necesiten. El contacto físico pasa, pero el amor genuino, el espiritual, permanece.

El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.
1Corintios 13:4-8

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