- Chau –dijo Ximena mientras su figura se ocultaba tras la puerta que se
cerraba.
- Te amo –alcanzó a decir Marcelo cuando el taxi estaba arrancando.
- Yo también –susurró ella sin intención de que él llegue a escucharla.
Habían
pasado casi seis meses desde que Ximena le dio el “sí” a Marcelo. La
relación había sido muy buena, ambos se llevaban muy bien. Muchos de sus
amigos en común decían que llegarían a casarse, aunque aún eran muy
jóvenes y tenían mucho por vivir y aprender. Ese día estuvieron juntos
toda la tarde en casa de Marcelo, sin embargo ambos sentían que algo no
andaba bien. Una sensación de insatisfacción rodeó a Marcelo durante
todo el camino a casa, y se preguntaba qué estaba pasando. Ximena, por
su lado, sin saber lo que sucedía con su enamorado, se sentía
exactamente igual. Ella amaba estar con Marcelo, y hacía lo posible para
verlo casi todos los días, pero últimamente estos encuentros no
terminaban de llenarla. Algo nos está faltando, pensaba. De pronto, como un relámpago alumbra y se va, así vino un pensamiento a su mente: “El siguiente paso”.
Esta
historia no es ficción; podría cambiar el nombre de Marcelo o el de
Ximena, y poner el mío o el tuyo, y no estaríamos tan lejos de la
realidad. Cuando uno se enamora de verdad, al principio, el interés
meramente sexual pasa a un segundo, y hasta a un tercer plano a veces.
El que solía decir: “Qué rica”, ahora dice: “Qué linda”, y cuando ve
pasar a esa chica especial, su corazón se excita más que otras partes de
su cuerpo. Su floro de gilerito desaparece porque “se le lengua la
traba”, y lo único que desea es estar de la mano con ella para sentir
que ha tocado el cielo. Pensar en un beso ya es demasiado, y en algo
más, inadmisible. Sin embargo, este romanticismo puede llegar a ser un
arma de doble filo si uno no reconoce que todos estos estímulos son
lindos, pero pasajeros.
Después de haberle declarado su
amor muchas veces, después de muchos chotes, después de muchas cartas,
después de muchos sacrificios, Marcelo conquistó a Ximena. La tarde en
la cual ella le dijo que sí, él no se lo esperaba, no sabía cómo
reaccionar; Ximena le dijo que tenía que irse y se despidió con un
piquito. Era más de lo que se imaginaba, pasó el resto del día
oprimiendo sus labios recordando ese segundo de gloria. Había sentido
los labios de su musa por primera vez, podía morir feliz. Ahora, seis
meses después, las cosas habían cambiado. Marcelo y Ximena, como la
mayoría de los jóvenes, desconocían lo que yo llamo “la ley de la
costumbre”; lo que en un principio puede ser maravilloso, deja de ser demasiado especial cuando te acostumbras a ello. Esto se aplica específicamente a los estímulos físicos:
“Tocar su mano sería tocar el cielo; meses después, estar de su mano ya es como tener la mano en el bolsillo.
Teniéndola entre mis brazos, el tiempo desaparecería; meses después, estás tan acostumbrado a abrazarla como a tu almohada.
Pero si la besara, nada podría borrarla de mi mente; meses después, sus besos ya no te quitan el sueño.
Cuando logre tocar su cuerpo, ya no pediré más; meses después, los toques ya no son suficientes.
Tal vez es hora de el siguiente paso, el sexo.”
Una
vez que “la ley de la costumbre” se cumple, todo vuelve al inicio. Sin
darte cuenta, todas tus esperanzas estaban puestas en los estímulos
externos, pero cuando uno deja de satisfacerte, vas por el siguiente,
así sucesivamente; al final entenderás que estás tratando de llenar un
barril sin fondo. Si todos los estímulos anteriores al inicio parecían
ser la respuesta pero después perdieron su sabor, ¿qué te hace pensar
que el sexo será diferente? Tal vez la primera vez sea maravillosa (tal
vez), así como lo fue la primera vez de la mano, el primer abrazo, el
primer beso, pero siempre volverás al inicio. El sexo será sólo una
actividad añadida a la lista, pero si el fundamento de la relación no se
fortalece, entonces nada habrá cambiado. Tras haber decidido entregar
su cuerpo pensando que sería la salvación de su relación, muchos
terminan dándose con la triste sorpresa de que no había valido la pena.
Entonces,
¿cuál es el verdadero siguiente paso? ¿Qué es lo que se debe fortalecer
en una relación para mantenerla viva? Una vez escuché algo así: “Si
quieres acabar con una relación, identifica qué es lo que los unió, y
destrúyelo”. Lo que se debe fortalecer en una relación es lo que te unió
a esa persona, lo que hizo que la prefieras a ella antes que a otra, lo
que la hace especial. En una relación juvenil NO ES el contacto físico
lo que debe fortalecerse. Cualquier persona tiene manos para cogerlas,
brazos para abrazarte, labios para besarte, y cuerpo para tocarlo y
relacionarte sexualmente; si se tratase de eso, estar con cualquier
persona daría lo mismo. Pero lo que hace especial a esa persona es “la
persona en sí misma”. ¿Qué es lo que puedes vivir con ella que no lo
puedes vivir con nadie más? Respuesta: La amistad. Fortalecer la amistad
es la clave. La comunicación, la comprensión, la diversión, la
confianza, la intimidad emocional, esas son las cosas que, así ambos
tengan noventa años, los seguirán uniendo, porque, a diferencia de los
estímulos físicos, estos no se acaban ni pierden el sabor. Esa es la
base del amor genuino. Cuando lo que te une a tu pareja no se puede
tocar, entonces tampoco se puede destruir. El sexo no es la respuesta
para salvar una relación, es tan sólo la cereza de la torta, pero la
torta sin cereza sigue siendo torta. Si quieres una relación duradera
encárgate de fortalecer eso que no se toca, eso que ni la distancia ni
el tiempo pueden vencer, la amistad, el amor espiritual.
Ahora,
el argumento más común sería: “Pero Diego, la carne es débil. El cuerpo
lo pide; es imposible abstenerse del sexo”. No se trata de abstenerse,
se trata de esperar. Tal vez parece imposible, pero “lo que es imposible
para los hombres, es posible para Dios” (Lucas 18:27). Cuando uno
experimenta el nuevo nacimiento por la fe en Jesucristo, su Espíritu
Santo es el que da la capacidad de poder hacer y no hacer lo que antes
era imposible. Todo es por Su Gracia.
Recuerdo hace años
estar sentado en la combi y ver a una pareja de ancianos sentados en los
asientos reservados. No se tocaban, la verdad ni se miraban. Me
pregunté si aún se querían. De pronto, el chofer hizo una de sus
quiebres mortales, y el anciano, antes de pensar en sostenerse, abrazó a
su esposa y se aseguró de que ella esté a salvo. Entonces entendí que
ese era el resultado de un amor maduro. Tal vez no andaban de la mano
como quinceañeros enamorados, pero sabían que siempre el uno estaría
para el otro cuando se necesiten. El contacto físico pasa, pero el amor
genuino, el espiritual, permanece.
“El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece;
no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará.“
1Corintios 13:4-8
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