martes, 24 de julio de 2012

El hombre que perdió el foco


–        ¿Se puede? preguntó el joven agente Silvano Velarde entreabriendo la puerta y asomando la cabeza hacia el interior de la oficina principal de la Academia Force.  
–        Sí, por favor; adelante respondió el mayor Sánchez levantando la mirada de su escritorio y deslizando sus gafas hasta la punta de la nariz. 

Silvano entró sin poder ocultar su nerviosismo. Durante la última semana su posible ascenso como Líder de la Fuerza Especial era el único tema del cual se hablaba entre los agentes de la Academia Force.  Silvano era sin duda un agente destacado. En las misiones a las que había sido enviado durante los últimos seis meses como líder del Escuadrón 7 había alcanzado un puntaje no menor al noventa y cinco por ciento de efectividad. Robos interrumpidos, persecuciones exitosas, y hasta ataques terroristas frustrados eran algunas de las hazañas que mostraba su historial. Sin embargo, para que Silvano pueda calificar como Líder de la Fuerza Especial, era necesario que pase la prueba de fuego.

–        No hay tiempo para rodeos agente Velarde  dijo el mayor Sánchez frunciendo el entrecejo con un tono bastante serio mientras retrocedía su asiento y posaba ambas manos sobre su escritorio–. Calle Floresta 321, altura de la cuadra 52 de la Avenida Sur–continuó–. Esta es su prueba de fuego oficial Velarde, confío en usted. Enfóquese en su objetivo, y por nada del mundo se detenga en el camino.
–        Sí, señor. No lo defraudaré –afirmó Silvano con voz firme e irguiéndose.
–      Afuera lo esperan los agentes Núñez y Castillo. Ellos irán en el mismo vehículo que usted; estarán para apoyarlo en todo, pero el responsable de la misión es usted. Detrás suyo le seguirán cinco escuadrones de la Fuerza Especial y sólo irán por donde usted los guíe.  Que Dios lo acompañe.

Silvano asintió y dando media vuelta emprendió la carrera. Afuera lo esperaban todos listos para partir. Subió al vehículo y arrancó. Todos los otros vehículos de la Fuerza Especial lo seguían de cerca. Silvano Velarde conocía muy bien la ciudad, desde las rutas más transitadas hasta los atajos más escondidos. Aunque no sabía de qué trataba esta misión, estaba decidido a culminarla con el cien por ciento de efectividad. Nada podría desenfocarlo, nada excepto…

–        ¡Mire! –exclamó el agente Núñez desde el asiento trasero. 
–        ¿Pero qué sucede agente Núñez? –respondió Silvano tras haber dado un pequeño salto por la impresión.
–        Mire hacia su mano derecha agente Velarde –Silvano giró su rostro sin dejar de manejar. Dos cuadras más adelante había una anciana que parecía tener la intención de cruzar la pista sola–. Mire a esa anciana, debemos bajar a ayudarla –sugirió el oficial Núñez.
–        ¿Está usted bromeando agente Núñez? ¿No se da cuenta que estamos en medio de una misión muy importante? No podemos darnos el lujo de detenernos. –replicó Silvano.
–        Pero agente Velarde, ¿acaso su misión no es cuidar a la gente más débil? Sólo será un minuto y tendrá la satisfacción de haber hecho una buena obra. Esa anciana se lo agradecerá, y no sólo ella, sino también su familia que debe estar esperándola en casa.

Ese argumento sonó bastante convincente. Silvano suspiró profundamente; no podría cargar con la conciencia de haber dejado a una abuelita a su suerte, sus principios morales le decían que debía detenerse. Entonces dio una señal a todos los escuadrones que venían detrás para que se detengan y se estacionó a unos pocos metros de la abuelita. Él mismo bajó y la ayudó a cruzar. Ella se lo agradeció muchísimo y siguió su camino. Silvano regresó al vehículo y tuvo la sensación de haber salvado al mundo. El agente Núñez tenía razón, había sido sólo un minuto y había valido la pena. En seguida dio la señal y todos emprendieron nuevamente la marcha.

Silvano se preguntaba en qué consistiría esta misión que se le había encargado, ya que el mayor Sánchez no le había dado mayores detalles. Avanzaron unas cuadras.  Y de repente…

–        ¡Un robo! –exclamó esta vez el agente Castillo pasando la mitad superior de su cuerpo por en medio los dos asientos delanteros.
Silvano giró su rostro hacia donde apuntaba el dedo índice del agente Castillo. Un hombre encapuchado amenazaba con un arma a un joven mientras otro hacía una excursión por sus bolsillos. 
–        ¡Tenemos que ayudarlo! –exclamó nuevamente el agente Castillo.
Silvano titubeó. No que le tenía miedo a un par de malhechores comunes, pero detenerse otra vez lo desviaría de su misión.
–        ¿Acaso su misión no es luchar contras las fuerzas del mal, agente Velarde? –inquirió enseguida el agente Castillo como leyendo sus pensamientos–. Además, el mayor Sánchez lo reconocerá de una manera especial por hacer aún más de lo que le mandó y sin duda le otorgará el cargo de Líder de la Fuerza Especial.

Ante tantos argumentos lógicos, Silvano no pudo evitar dar nuevamente la señal a todos los escuadrones que lo seguían para detenerse.
Los tres agentes bajaron y rápidamente redujeron a los dos delincuentes. En eso llegó la policía y, tras agradecerles a los tres agentes por su intervención, se llevaron a los delincuentes esposados. El joven, quien no había sufrido ningún perjuicio gracias a la oportuna intervención de Silvano, se le acercó agradecido y se despidió tras decirle: Es usted un verdadero héroe. Y así se sentía Silvano.

Rápidamente ocuparon sus vehículos y retomaron la misión. Con estos dos logros extra, más la misión que estoy por cumplir, el jefe estará orgulloso de mí; pensó Silvano. Pero no fueron sólo dos logros extra, sino también un niño que no alcanzaba al timbre, un ciego que estaba a punto de pisar un charco, y hasta un gato que no podía bajar de un árbol. Cualquier excusa se volvió lo suficientemente importante como para desviarlo del camino.

El viaje, que no debió demorar más de veinte minutos, demoró dos horas. Pero finalmente Silvano y todos los escuadrones de la Fuerza Especial que lo seguían llegaron al lugar indicado. Grande fue la sorpresa de Silvano cuando encontró una vivienda muy grande en escombros y rodeada de prensa y gente lamentándose. Tapados con periódicos yacían algunos cuerpos en el suelo. Un oficial de la policía se le acercó y le informó que dos hombres bomba habían tomado el lugar, el cual era un albergue de niños, y tras no recibir por parte de la policía una negociación convincente, decidieron detonar los explosivos. Cincuenta y seis niños y seis adultos habían muerto instantáneamente, además de los delincuentes, informó el policía.

–        Nos dijeron que un agente especial de la Academia Force que estaba capacitado para este tipo de situaciones se dirigía hasta aquí, pero nunca llegó. El oficial Silvano Velarde, ¿lo conoce? –preguntó el policía sin poder ocultar su indignación.

Silvano cayó de rodillas al suelo y lloró amargamente. En ese momento entendió que no se trataba  de su ascenso ni aún de sentirse bien con su conciencia; sesenta y dos personas inocentes habían muerto porque él no supo decir “no” y se desenfocó de su objetivo.

Pero de pronto algo sucedió. Todo quedó en silencio. Silvano levantó la mirada. Los cuerpos que yacían en el suelo empezaron a levantarse y Silvano casi se desmaya al reconocer a cada una de esas personas. Eran la abuelita que no podía cruzar la pista (quien en realidad era una mujer disfrazada de anciana), el joven que habían intentado asaltar, el niño que no alcanzaba el timbre, y cada uno de los personajes con los que se había topado momentos antes y lo habían desviado de su camino. El tumulto de gente se abrió y desde atrás salió el mayor Sánchez, quien caminó hasta donde estaba arrodillado Silvano y le extendió la mano. Silvano, sin entender nada, tomó la mano del mayor y se puso de pie.

–        Fallaste hijo –dijo el mayor Sánchez con una mirada de desilusión y una profunda tristeza. Silvano bajó la mirada–. Pero tranquilo, todo esto es un montaje. Todos son actores contratados para el cierre de tu prueba. No sólo ellos, sino también cada persona con la que te topaste en el camino.

Silvano empezó a mirar cuidadosamente a cada persona que rodeaba la escena y notó muchos rostros conocidos que lo miraban con pena. Entonces lo entendió; todo era parte de la prueba, y él había fracasado.

–        Nunca dudé de tus capacidades, pero las capacidades sin un buen enfoque no te bastarán para alcanzar el éxito –continuó diciendo el mayor Sánchez–. Hijo, no fuiste escogido para ser el héroe de la nación, sino para cumplir TU misión.

Una lágrima de frustración empezó a recorrer la mejilla de Silvano. El mayor Sánchez lo abrazó; luego lo tomó por los hombros y mirándolo fijamente le dijo:

–        Te di una gran responsabilidad. Había mucha gente detrás tuyo, y cada vez que decidías detenerte, no sólo te detenías tú sino también todos aquellos que te seguían. La próxima vez no será una actuación, hijo; la próxima vez esta escena será real y mucha gente habrá muerto si tú pierdes el foco. Aún tu conciencia y hasta la gente que te rodea te animará a desviarte con buenas intenciones. Si no tienes claras tus prioridades, fácilmente te desviarás de tu propósito. Tengo algo que darte. Me ha servido mucho y sé que también te servirá.

El mayor Sánchez se quitó una pequeña placa que siempre llevaba puesta en el pecho del saco y se la dio a Silvano. La placa llevaba grabada la palabra “éxito”. Silvano la tomó sin entender el significado de esta.

–        Mírala por dentro –dijo el mayor Sánchez.

    Silvano volteó la pequeña placa y encontró una frase grabada que nunca jamás olvidaría:

"Muchas veces tendrás que dejar de hacer lo bueno para poder hacer lo correcto."


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jueves, 8 de marzo de 2012

La obra maestra




     Mis ojos se entreabrían; sólo veía la silueta de los árboles como a través de un lente desenfocado. No sabía si habían pasado minutos o años debido al profundo sueño en el cual había sido sumergido. Estaba tendido en el suelo sin entender qué había sucedido. Apoyando las manos en el jardín hice un esfuerzo por levantarme y logré enderezar el torso. Entonces la vi por primera vez. Estaba de espaldas. Era una silueta muy semejante a la mía, pero dibujada con un trazo mucho más fino. Su cabello era largo y brillante; caía como una catarata de agua cristalina y bailaba con el viento.  ¿Qué era eso? ¿Quién era ese ser? La curiosidad me embargó. Me puso de pie y di unos pasos hacia adelante. De repente ella se volvió hacia mí. El universo se detuvo. Si la creación era una obra de arte, esta sin duda era la obra maestra. Yo estaba deslumbrado. Ella era música en silencio. Su rostro era muy suave a la vista, así como toda su piel. Sus labios eran delgados, como trazados por una caricia. Y sus ojos… sus ojos. Ella empezó a andar hacia mí. Sus caderas obedecían al ritmo del badajo de una campana. Sin duda su cuerpo había sido esculpido por las manos del mismo Dios. Mientras ella se acercaba, mi corazón se aceleraba. Cuando estaba apenas a quince centímetros de distancia, se detuvo y posó la palma de su mano derecha sobre mi mejilla. Me estremecí hasta las profundidades de mi alma. Al tenerla tan cerca vi la eternidad en sus ojos. Ella sonrió; yo volví a nacer. Entonces sin saberlo lo supe, ella era mi ayuda idónea, la pieza faltante de la creación. Dios, quien observaba la escena en silencio, vio todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Finalmente pude pronunciar algunas palabras, y mirándola fijamente le dije: Tú sí eres hueso de mis huesos; tú sí eres carne de mi carne.

     Los cielos y la tierra habían sido creados, pero no fue hasta tu creación, mujer, que Dios pudo descansar. Pues al verte andar por los jardines del Edén, supo que su trabajo había sido terminado, pues nada más hermoso que tú podía ser creado. No sé cuántos siglos han pasado desde el día en que Dios te dio aliento de vida, pero estoy seguro que el Edén aún añora tu aroma. Eres imagen de Dios, dadora de vida. No encontró Dios mejor lugar que tu vientre para esconder su poder y su gloria. No era bueno que el hombre esté sólo, y entonces llegaste tú. Con tu ternura y valentía, con tu tristeza y alegría, apacible e indomable, simplemente irreemplazable. Eres madre, eres amiga, eres hermana, y eres amante. Compañera de milicia, eres bálsamo que alivia hasta la más profunda herida. Eres equilibrio y angustia, enfermedad y cura. Eres vaso más frágil, pero tan fuerte como el hierro. Con una mirada lo dices todo, lo dices todo sin decir nada. Creadora de acertijos, indescifrable como el viento. Impredecible como la muerte, invalorable como la vida. Eres capaz de quebrar hasta la roca más dura con una simple caricia. Si la creación es una obra de arte, sin duda tú, mujer, eres la obra maestra.        

Que el sol se congele, que el mar se consuma, pero que nadie se atreva nunca a negar tu hermosura; y aunque eres hermosa por fuera, el tesoro lo llevas dentro.
Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; La mujer que teme a Jehová, ésa será alabada. -Proverbios 31.30-

     Dios nos creó hombre y mujer a su imagen y semejanza, y tú eres el reflejo vivo de Su hermosura. Porque tu sonrisa es una prueba innegable de la existencia de Dios; porque cuando me miras no me queda duda de que hay vida después de la muerte. Y no miento cuando digo que tú eres mi destino, pues en tus ojos veo mi futuro y de tu mano mi camino.

     Feliz día a todas las mujeres del mundo; a las que estuvieron, a las que están y a las que vendrán. Y un saludo especial para la mujer de mi vida; quien seas y donde estés, tan cerca o tan lejos, ya voy en camino, pronto te encontraré.


**Madre, hermana, amiga, pareja, dedícale este artículo a una mujer que aprecies y admires. Puedes hacer que tus amigos lean este artículo; en la parte superior dale clic en COMPARTIR.




lunes, 13 de febrero de 2012

¿Qué planes para el 14?


ADVERTENCIA: Este artículo no contiene ninguna lección de vida; no tiene un fin mayor que el entretenimiento :)


   Bueno, teniendo en cuenta que el Perú es el segundo país latinoamericano donde más se celebra el día de San Valentín (87.9% de la población), estuve pensando en algo interesante que escribir por estas fechas románticas. Recibí en mi página de facebook sugerencias de temas como “el físico es lo de menos” (gracias Shrek), “el amor a la distancia” (gracias Rapunzel; aunque un ascensor te solucionaría el problema),me muero por ella (lo sabemos Romeo), “todas están locas” (gracias amigo despechado –estoy de acuerdo contigo-), “soltera y feliz” (sana, sana, colita de rana…), entre otras. Gracias por sus ideas, las tomé en cuenta, pero para aligerar la ansiedad que traen estas fechas decidí escribir algo un poco más fresco. En este artículo le daré una pequeña ayuda a todos aquellos que aún no tienen planes para el 14 por no haber aprovechado las oportunidades. ¡Espero haber llegado a tiempo!

   Sea por teléfono, facebook, skype, msn(para los que aún lo usan), o cualquier otro tipo de medio de comunicación social, desde hace una semana hay una pregunta que de alguna u otra forma no falta en las conversaciones: “¿Qué planes para el 14?” Bueno, dependiendo de quién venga, deberías tener en cuenta que esta pregunta puede tener un mensaje implícito. ¿Cómo saber si es el caso? Hoy analizaremos algunas variables de esta pregunta, y también algunas posibles respuestas con sus respectivas interpretaciones.

¿Qué planes para el 14?
Bueno, esta es una pregunta muy ambigua. Puede ser que sólo pregunte por cortesía o porque es un tema de conversación que está de moda por estas fechas. Pero no te desanimes, la posibilidad de que quiera salir contigo no está descartada.


¿Ya tienes planes para el 14?
Esta pregunta ya puede darte alguna esperanza. Ese “ya” probablemente significa: ¿Aún estoy a tiempo o alguien YA se me adelantó? Sonríe, es una buena señal.


¿Harás algo el 14?
Ya puedes ir alistándote; sin duda quiere salir contigo. Es una pregunta tonta, pero la intención es obvia. Esta es una manera muy cautelosa de preguntar: ¿Quieres hacer algo conmigo? Pero sin correr el riesgo de ser choteado. ¡Ya lo sabes!


Aún no tengo planes para el 14, ¿y tú?
¡Se te está mandando con todo! Ese “aún” significa que quiere tener planes, y ese “¿y tú?” significa que quiere que esos planes sean contigo. En este caso ya no cabe duda. ¡Reacciona!


    En el caso de que no te pregunte nada, hay dos posibilidades: No le interesa salir contigo o se muere por salir contigo pero tiene miedo y está esperando a que tú le preguntes (este temor al rechazo, si no fue causado por sus padres en su infancia, probablemente fue causado por ti). Ahí te toca correr el riesgo de preguntarle tú o en todo caso buscar otras opciones si no quieres quedarte en tu casa viendo “Diario de una pasión” o escuchando “entre la arena y la luna” en Ritmo Romántica.

   Por otro lado, también hay algunas interesantes respuestas que quizá te ayude tener en cuenta sus mensajes implícitos.

Sí, ya tengo planes.
Tal vez sea cierto, o tal vez no, pero lo que te puede quedar claro es que no tiene ni el más mínimo interés de salir contigo. ¡Hasta la vista baby!


Me han dicho para hacer esto, pero aún no estoy segura.
Te está diciendo que aún le puedes hacer cambiar de opinión. ¡Apúrate! Cuando alguien quiere chotearte, no te deja una posibilidad abierta. Si te dice que aún no está segura, es que está esperando que le propongas algo mejor. ¿Y qué mejor que salir contigo? ¡No seas lento!


Aún no tengo planes.
¡Gol! Si no quisiera salir contigo, aunque sea se inventaría algo para chotearte. Si sólo te dice que aún no tiene planes, qué puedo decirte… ¡Tú mismo eres!


   Así que ya lo sabes, si quieres salir con esa persona especial este 14 de Febrero, ten en cuenta estos tips. Si al final no logras hacer un plan con ella, no te preocupes, no serás la única persona soltera en San Valentín. Estoy seguro que puedes pasarla muy bien con algún grupo de amigos o amigas a quienes tampoco les funcionó el plan.

   En fin, espero que de algo te haya servido este artículo lleno de sabiduría; y si no te ligó el plan, te cuento un secreto: A mí tampoco :)

   ¡Feliz San Valentín!


***

**Estoy seguro que tienes algo que contar. Entra a mi página de facebook y comenta en mi publicación “¿Qué planes para el 14?”. ¡Te espero! " www.facebook.com/diegotambienescribe ".


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miércoles, 8 de febrero de 2012

La máscara más cara


   Hace poco salí con un grupo de amigos y cuando estábamos camino a nuestras casas decidimos parar a comer algo. Terminamos pidiendo sanguchón para llevar y nos fuimos a comer a la casa de uno de ellos. Mientras comíamos y conversábamos, pasada la medianoche era inevitable terminar tocando el tema de los sentimientos. A todos les pasa: cuando alguien del grupo tiene algún conflicto de pareja, todos los demás se vuelven sabios y consejeros, diestros en la materia, gurús del amor. Así que no perdimos la oportunidad de bombardear a este amigo con consejos y así tratar de darle un sentido a todas nuestras derrotas pasadas y actuales (es que cuando alguien más aprende de tantas estupideces que nosotros hemos hecho,  y no comete los mismos errores, sentimos una especie de consuelo al pensar que al menos de algo sirvió). El punto es que cuando llegamos a identificar el centro del problema, me di cuenta que ya tenía el tema del siguiente post para mi blog: Las máscaras en el amor.

   Hablando específicamente de las relaciones sentimentales, todos nos esforzamos por agradar a la persona que queremos. Es admirable que uno se esfuerce por ser mejor, que sea consciente de sus errores y defectos y trabaje en ellos para corregirlos. El crecer como persona es un proceso de equivocaciones, pero el problema nace cuando no permitimos que la persona que queremos nos acompañe en ese proceso por temor a perderla. Eso se convierte en una máscara que probablemente termine echando a perder la relación.

   Reflexionar acerca de esto me hizo pensar en una conocida obra de drama: El fantasma de la Ópera. En esta historia el supuesto fantasma era un hombre llamado Erik, que se escondía tras una máscara por vergüenza a mostrar su rostro deforme. Erik era un genio musical y estaba enamorado de una hermosa chica, Christine. Él se presentó a ella como su ángel de la música, y ella estaba fascinada con esa mágica personalidad. Pasaron muchas aventuras juntos, sin embargo Erik nunca le mostraba su rostro a la bella joven. Todo era perfecto, pero irreal. Por otro lado estaba el Vizconde Raoul, quien también amaba a Christine. Él era una persona celosa, conflictiva e insegura, y más de una vez hirió a Christine con sus actos y palabras, pero era sincero. Mientras Christine vivía una hermosa fantasía con Erik, su corazón se enamoraba de Raoul. Erik se dio cuenta del romance que había entre Christine y Raoul, y decidió, por petición de ella, al fin quitarse la máscara y mostrarle su verdadero rostro. Para ella fue un shock la primera impresión, pero luego regresó a Erik y lo besó por primera y última vez. Él se sintió amado por vez primera, y aunque parecía ilógico, sólo logró sentirse así cuando se quitó la máscara. Pero ya era demasiado tarde, Erik había perdido mucho tiempo ocultando su rostro mientras Christine se enamoraba de otro hombre. Christine estaba desilusionada de Erik, no por su rostro deforme, sino por todas las atrocidades que él había hecho para mantener su romántica farsa. Y fue así que ella se alejó de él y no volvieron a verse nunca más. Moraleja: la sinceridad amarga es mejor que la actuación bien intencionada.

   Así como Erik, muchos tratan de acercarse a la persona que quieren con una máscara. Y es verdad que puede funcionar por algún tiempo, pero no para siempre. He llegado a la conclusión de que hay dos razones por las cuales una persona oculta algo de sí misma:  

1. Porque cree o sabe que ese algo es un defecto. 

2. Porque cree o sabe que a su ser amado no le agrada ese algo, así no sea un defecto.          
   
   Sea cual sea el caso, usar una máscara es un error. 

  Si es el caso número 1, puedo afirmar que todos preferimos un humano imperfecto a quien amar, antes que un fantasma perfecto pero irreal. Si tú quieres a esa persona a pesar de sus defectos, ¿acaso ella no debería hacer lo mismo? No digo que uno debe estar orgulloso de sus defectos y decir con el pecho erguido: “así soy yo pues; si me quieres, bien; sino mala suerte.” ¡No! Esa no es la actitud correcta. Uno debe mostrarse tal cual es, con defectos y errores, pero siempre dispuesto a trabajar en corregirlos y ser mejor cada día. Si esa persona te quiere de verdad, será paciente y te acompañará en el proceso de corregir tus errores, pero tú debes darle la oportunidad de hacerlo quitándote la máscara. Eso traerá mayor unión y confianza, y fortalecerá la relación si se hace a tiempo. Lo maravilloso del amor en pareja es crecer juntos.     

   Si es el caso número 2, con más razón uno debe mostrarse tal cual, porque no se está avergonzando de un defecto, sino que se está avergonzando de sí mismo, y eso es grave. Cuando vives con una máscara, siempre vivirás en inseguridad por no saber si la otra persona te quiere de verdad, y nunca podrás disfrutar de esa relación. Es necesario que la otra persona te conozca como eres en verdad; sólo así sabrás si eres para ella o si estás perdiendo el tiempo. Muéstrate tal cual eres. Si no te quiere así, de todos modos tarde o temprano todo terminará. Mejor que sea temprano que tarde para que duela menos. Dolerá, pero serás libre de esa farsa y te darás la oportunidad de conocer y amar con libertad a alguien más que sí te quiera como eres.

   Esto me hace pensar en el amor de Dios. La Biblia enseña que cuando aún nosotros hacíamos mil y un porquerías, Jesús nos amó y entregó su vida por nosotros. Es por eso que podemos estar tan seguros del amor de Dios, porque nos amó a pesar de todo. - ver Romanos5.8 -

   Creo que la clave es primero buscar la amistad antes que el enamoramiento. La amistad sincera es la base de todo. Cuando el enamoramiento viene a consecuencia de una genuina amistad, entonces todas las máscaras desaparecen. Sólo así uno puede amar con libertad porque tiene la paz de saber que la otra persona lo conoce con sus virtudes y defectos, y aún así ha decidido amarlo. Acercarte a una persona con la intención de tener una relación sentimental sin antes desarrollar una amistad, es como querer levantar un edificio sin cimientos. Cuando se quema la etapa de la amistad, es como si se hubieran puesto cimientos débiles. Entonces el edificio caerá fácilmente hasta con un pequeño temblor. Esto es muy peligroso teniendo en cuenta que las relaciones siempre pasarán por temblores, y no pequeños.  

   Si has estado viviendo con una máscara para conquistar a alguien, o has estado pensando en hacerlo, es mejor que desistas ahora. Esa máscara te puede salir muy cara. Cuando el edificio esté muy alto se volverá inhabitable por los cimientos tan débiles. Entonces será imposible renovar los cimientos y la única manera será demoler el edificio. Eso sí que dolerá.

   Si te cuesta tomar la decisión de quitarte la máscara, aprende la lección del Fantasma de la Ópera: Ella prefiere un horrible rostro real, que un mágico fantasma inalcanzable.


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Cuentos sin hadas y Princesas sin corona


AVISO: Los nombres reales de las personas involucradas han sido modificados para proteger la privacidad de las mismas. (NO ES CIERTO :) )


   No sé si fueron las películas de Disney las que sembraron en mí la ridícula idea de que algún día yo llegaría a ser uno de esos príncipes que rescataban a su princesa atrapada en el castillo bajo el poder de su enemigo. Tal vez esas películas no eran más que el reflejo del deseo intrínseco que hay en todo hombre de querer ser el héroe de su amada, y del deseo de ella de querer ser rescatada. Lo cierto es que todavía puedo recordarme sentado frente al televisor de mi papá viendo cómo Aladino, habiendo dejado sus trapos sucios gracias al poder del genio, le extendía su mano derecha a la princesa Jazmín y le ofrecía un furtivo viaje por los cielos en su alfombra mágica. La princesa estaba insegura; este joven se había aparecido de pronto y había hecho una entrada triunfal pretendiendo ser el príncipe de un pueblo lejano con el propósito de llamar su atención. A pesar de su aparente riqueza, Jazmín no veía nada de especial en él, nada que lo haga digno de pasar una velada surcando los cielos junto a ella. Pero Aladino usó correctamente las dos armas más poderosas de un príncipe, la mirada firme y las palabras sinceras: “¿Confías en mí?”, le preguntó mirándola directamente a los ojos. Aquella noche fue inolvidable. Al verlos volar, podía yo mismo sentir el viento contra mi rostro, e imaginaba que era yo aquél valiente príncipe rescatando a mi amada, inocente, e indefensa princesa. Aquella melodía que entonaban me hacía suspirar (y hasta ahora no ha perdido su efecto). “Yo te quiero enseñar este mundo espléndido”, cantaba Aladino; “Un mundo ideal tan deslumbrante y nuevo”, cantaba Jazmín. Soñaba con esa canción, la tarareaba mientras dibujaba a mi musa en mis más íntimos pensamientos. Con sólo seis años de edad creía saber cuál era mi misión en esta vida: rescatar princesas.

   Era el año 2005. Yo cursaba quinto de secundaria y aún no cumplía los diecisiete. A pesar de que pertenecía al grupo de “los populares”, no me sentía como uno de ellos. Todos mis amigos cercanos ya habían tenido, por lo menos, una enamorada, y el que no, por lo menos le había dado el gusto a su labio inferior de haber rozado otro labio que no sea su labio superior. Había pasado toda mi secundaria soñando despierto con esa princesa que, desde que tengo uso de razón, se aparecía en mis más inocentes sueños. Recuerdo que en mis noches de insomnio, tomaba mi mano izquierda con mi mano derecha e imaginaba que era la mano de mi princesa. A veces me echaba boca abajo y besaba apasionadamente la almohada esperando que esa desgastada funda de Batman tome forma de mujer. Oportunidades para iniciar un romance con alguna chica, o por lo menos robarle un beso, no habían faltado (rara vez faltan); lo que había faltado en todas las chicas que había conocido era ese brillo especial que tenía Jazmín en sus ojos y ese deseo de escapar del castillo. Había decidido no relacionarme con nadie sentimentalmente si es que mi corazonada no me decía que esa sería la mujer de toda mi vida.

   Años atrás, en esa búsqueda, llegué a declararme un par de veces; ambas sin mayor éxito. Mi primera musa fue Carolina, a quien mi empedernido romanticismo y mi fidelidad incondicional le parecían insignificantes al lado de los ojos verdes de Renzo, uno de mis mejores amigos. Estuve detrás de ella (realmente detrás porque ella ni me miraba) por lo menos tres años, pero ni mis canciones ni los comentarios de sus amigas fueron tan eficaces como el  "¿Quieres estar conmigo?" de Renzo. Pero eso no me hizo renunciar a la búsqueda. Lo que aprendí es que no bastaba ser un príncipe, también había que parecerlo. Mi siguiente objetivo fue Carla. Por su carácter fue más fácil entablar una amistad y mostrarme a ella de manera más natural. Después de algún tiempo de amistad, al iniciar el año escolar del 2004, y sabiendo que a ella le gustaba otro chico, decidí declararle mi supuesto amor. De las varias veces que le expresé lo que sentía, sólo recuerdo la sentencia que hizo entrar en crisis mi creencia de que valía la pena esforzarse por ser un príncipe azul: <<eres demasiado bueno para mí>>, me dijo ella. ¿Qué significaba eso? Entre mis más positivas interpretaciones estaba la idea de que tal vez ella no se sentía digna de alguien como yo. Obviamente, eso no fue lo que ella quiso decir. Resignadamente tuve que ir procesando la idea de que las chicas lindas prefieren que su hombre llegue en un auto último modelo pagado por papi que en un bello corcel a quien él mismo tuvo que criar y adiestrar; sin duda una casaca de cuero es más sexy que un ridículo traje de príncipe, y un romántico e inocente conquistador no es tan excitante como un zorro conocedor de todas los trucos por su vasta experiencia.


   Fue por ese tiempo, cuando estaba pensando en cesar la búsqueda, casi terminando mi etapa escolar, que conocí a la chica que me enfrentó cara a cara con la realidad. Su nombre era Mily, y era dos años menor que yo. Aunque no lo percibí a primera vista, ella parecía ser la princesa que anduve buscando por tanto tiempo. Su alegría e inocencia inspiraban los más puros de los deseos, y al verla interactuar con el resto de seres vivientes, me convencía cada vez más que mi espera no había sido en vano. Era como una luciérnaga que andaba alegremente por la vida iluminando el camino de todos los que decidían andar con ella. Inevitablemente, me enamoré. Fueron varios meses de una lucha estratégica por conquistarla, lo particular de este caso fue que todas mis dotes de príncipe sí parecían hacer efecto en ella. Mi mirada la estremecía, mis palabras la enternecían, y mis canciones la conmovían. Como película, cada escena a su lado tenía una canción de fondo: “Un mundo ideal”. Ella revivió esa cursi melodía que había alimentado mi alma de romántico por tanto tiempo. Todavía recuerdo claramente cuando tuve la osadía de tomar sus dos manos juntas y besarlas. Su mirada se humedeció y una lágrima se asomó tanto que cayó al abismo. Casi a mediados del 2006, cuando yo ya estaba en la universidad y ella aún cursaba el cuarto año de secundaria, ella me dio el . Pero mi sueño duró lo que una burbuja flotando en un bosque de espinos; fue sólo cuestión de semanas lo que tardé en comprender que la historia de Mily sí había sido un cuento, pero no de hadas; sin duda, ella era una princesa, pero sin corona. Me costó demasiado comprenderlo, pero ella lo hizo más fácil. Aunque no fue como lo planeé, ella fue la princesa que me inspiró a crecer, yo fui el príncipe que la ayudó a escapar del maligno dragón, y nuestro amor fue verdadero.

   Después de algunos años de habernos separado, hoy, a los veintidós años, puedo ver la vida con otros ojos. Ya no busco a las princesas de Disney, sino a las de carne y hueso. Las veo a diario, por donde quiera que vaya veo princesas clamando por ayuda. Las veo en mi centro de estudios vestidas de negro y de rosa, las veo sonriendo y llorando, las veo tímidas y extrovertidas, las veo recatadas y desinhibidas, las veo borrachas en las discotecas y comiendo canchita en el cine, las veo con ropa muy ligera en las esquinas de la avenida Arequipa y las veo con velo en las iglesias, las veo con joyas en sus mercedes y pidiendo limosna en los puentes, las veo gordas y flacas, las veo altas y bajas; he comprendido que, sin importar sus experiencias vividas, princesa es sinónimo de mujer.

   He conocido princesas que han quedado atrapadas en el castillo, que es su corazón. Sus temores e inseguridades han evitado que ellas salgan del castillo, pero también le han cerrado la puerta al príncipe que trata de rescatarlas. Están vivas, pero sólo se atreven a visualizar sus sueños por la ventana, conformándose a una vida mediocre. Sus cuatro paredes son su zona de confort, y no parecen tener intención de ir más allá.

Uno de los casos más tristes que he podido conocer es el de aquellas princesas necesitadas de amor. La soledad del castillo les hace creer que su príncipe nunca llegará, y que nunca serán amadas ni valoradas como ellas quisieran. Sueñan con un amor real, pero el temor de no encontrarlo las lleva a conformarse con lo primero que encuentran. Es ahí, cuando están vulnerables, que el dragón que las custodia aprovecha y las seduce. Esa necesidad de sentirse amadas las hace totalmente vulnerables y terminan entregándose a él, entendiendo el placer sexual como lo más parecido al amor que alguna vez han conocido.

   Pero no todas tienen esa actitud de derrota. Me he topado con princesas que no se resignaron a vivir encerradas en su habitación ni se entregaron a los brazos del dragón, pero tampoco a los del príncipe. Estas princesas huyeron del castillo antes de que el príncipe llegue a rescatarlas. Usaron sus propios recursos para sobrevivir en el oscuro bosque y han luchado contra todo tipo de seres malignos. Han comido frutos envenenados y han sobrevivido, han luchado contra fieras salvajes y las han vencido. Están llenas de heridas, pero siguen andando, sus almas están cansadas, pero nada las detiene. Han logrado tanto sin ayuda de nadie, que sus corazones están totalmente endurecidos. No confían en nadie, y aunque aparentan una intimidante seguridad en sí mismas, por dentro piden a gritos un par de brazos que las sostengan y una cálida voz que les diga: Tranquila, puedes descansar. Todo estará bien.

Con el tiempo, Dios ha renovado mi mente y me ha ido quitando la frustración que me asedió por muchos años: Se quejan de que no existen, y ellas mismas se encargan de extinguirlos, cavilaba dentro de mí. Sigo siendo el soñador de siempre, con los pies en la tierra pero el corazón en el cielo. Aún sueño con mi princesa, y confío que encontraré a aquella mujer que realmente valore en mí el reto de ser un príncipe en un cuento sin hadas. Aunque después de todas estas experiencias, me he dado cuenta que tampoco yo soy el príncipe de aquellas historias de antaño. Si esas princesas no eran del todo reales, los príncipes tampoco. Aunque quisiera, no puedo rescatar a todas aquellas princesas que habitan la tierra. Pero en un viejo libro mundialmente conocido por su divinidad, encontré una hermosa promesa (la cual creo firmemente que se cumplirá) que habla de un príncipe real que vencerá al dragón y que quisiera dedicar a todas las princesas sin corona que viven cuentos sin hadas:  

“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea… Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. De su boca sale una espada aguda…                                               
Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada…y lanzada viva dentro de un lago de fuego que arde con azufre…“ (Apocalipsis 19)

   A ti, princesa, que me lees, te pido que ya no mendigues amor. Hoy puedes ser libre del dragón que te custodia. Hoy te presento al príncipe que desde niña soñaste y has estado esperando por tanto tiempo; su nombre es Jesús. Nadie más poderoso que Él para sacarte del castillo en el que has estado cautiva. Sólo su agua saciará tu sed. Si crees en Él y le entregas tu vida, conocerás la libertad y el amor verdadero. Él dio su vida por ti para salvarte, y regresará con poder para tomarte para siempre.

“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21.4)


* Comparte este artículo para que muchas princesas puedan ser rescatadas hoy. Pasa el link =)


martes, 31 de enero de 2012

El pequeño Adolfito


   Los gritos de Alois eran como truenos que anunciaban la llegada de una terrible tormenta. Ahí estaba el pequeño Adolfito sentado en la esquina de su cama con la mirada puesta fijamente en la puerta. Estaba temblando. Tenía miedo, mucho miedo. Pero esta vez él no pensaba huir. A sus trece años de edad, Adolfito había tomado la decisión de no volver a llorar nunca más cuando su padre lo azote. Su padre, Alois, había sido hijo ilegítimo por casi cuarenta años. Él no conocía el amor de un padre y, por ende, no podía darle a Adolfito lo que nunca había recibido.

   Después de haber sido un buen alumno en primaria, Adolfito acababa de ser suspendido en su primer año de secundaria y tendría que repetirlo. Alois estaba furioso. Adolfito era la esperanza de la familia. Sus tres hermanos mayores habían fallecido antes de que él nazca, por lo cual todas las expectativas de sus padres recaían sobre él. Lo único que le importaba a Alois era que Adolfito tenga buenas calificaciones para que así llegara a ser funcionario de aduanas como él, empleo del que se sentía muy orgulloso y al que había llegado prácticamente sin una base académica. No quería que su hijo pase por las mismas dificultades. Pero Adolfito no lo veía así. Él tenía el sueño de ser pintor, y perdió todo deseo de trabajar en el colegio como una manifestación del descontento que sentía hacia las presiones de su padre. Su madre, por otro lado, quien era la tercera esposa de Alois, lo sobreprotegía hasta el punto de endiosarlo. Esto ocasionó que Adolfito desarrolle un carácter débil e inseguro de sí mismo. Su mundo era una mezcla de temores y violencia constante.

   Esa tarde el pequeño Adolfito se había propuesto poner a prueba su voluntad enfrentando a su padre por primera vez. No pensaba golpearlo ni insultarlo, sólo había decidido ser indiferente al dolor. Quería ver a su padre lleno de impotencia, la misma impotencia que él había sentido al ser constantemente azotado desde que tenía uso de razón.
   La puerta se abrió de golpe. Ahí estaba Alois. Sus ojos eran dos ventanillas que daban hacia el infierno. La furia lo consumía. Detrás de él estaba Klara, la madre de Adolfito, llorando a mares y suplicándole a Alois que no le hiciera nada a su niño. Pero su llanto no hacía más que ambientar la trágica escena. Alois tenía asida la vara de medio metro y no pensaba soltarla hasta partirla en el trasero desnudo de Adolfito. Y así fue. Adolfito contó golpe tras golpe en silencio. No gritó, no lloró, no emitió queja alguna. Pero su mente gemía de odio hacia su padre. El infierno se encendía dentro de él. Su corazón se había endurecido casi por completo.

   Horas más tarde, ya de noche, Adolfito se escapó de su casa. Sólo necesitaba alejarse de todos por un momento, pero pensaba regresar. Corrió y corrió sin dirección. El vacío que sintió por tanto tiempo había sido rellenado por fantasías violentas y pensamientos de muerte.
   Su carrera sin rumbo fijo lo llevó a un parque que estaba prácticamente desolado y con muy poca iluminación. Recostó su frente en un árbol y presionó los dientes y los puños para tratar de apacentar la furia y el dolor que se desbordaban en su interior. Empezó a golpear con todas sus fuerzas el tronco del árbol hasta que sus puños empezaron a sangrar. Cuando sentía que ya no podía más, una voz masculina intervino desde atrás.
     El dolor en físico nunca te quitará el dolor del alma. Hay una mejor solución.
   Adolfito giró su rostro hacia atrás. Era un hombre alto y rubio. Tenía una especie de sombrerito circular que le cubría sólo una parte de la cabeza. Le sonrió muy amablemente y le extendió la mano con un papel. Adolfito lo tomó y lo leyó a duras penas debido a la poca luz que había.

<<Dios es el Padre que tú necesitas. Jesús murió y resucitó por ti para que puedas ser hecho un hijo de Dios.>>

   Adolfito entendía muy poco del cristianismo, pero en ese momento, sin razón aparente, un profundo llanto se avalanchó desde su interior. El desconocido hombre lo tomó entre sus brazos. Adolfito no pudo contenerse. Empezó a llorar incontrolablemente hasta sentir que no podía respirar más. Pero ese llanto fue como un bálsamo sanador. Toda la furia y el dolor acumulado por años parecían desvanecerse con cada lágrima. Una paz que desconocía lo invadió. Un abrazo… sí, sólo un abrazo desde el corazón de Dios era lo que el pequeño Adolfito necesitaba para poder recobrar el sentido de la vida.

   Pasó casi dos horas conversando con este hombre en una banca del parque. Su nombre era David Goldstein. Era un judío, pastor de una pequeña iglesia cristiana protestante que se ubicaba a unas cuadras de la casa de Adolfito. El pastor David había visto muchas veces a Adolf pasar frente a su iglesia, pero nunca lo invitó a pasar ni se le acercó a hablarle.  Esa noche había sentido en su corazón un deseo muy fuerte por ir a orar al parque, algo que nunca había hecho. Cuando vio a Adolfito, entendió que no había sido una coincidencia y decidió acercarse y hablarle. Tras una larga conversación, Adolfito decidió entregarle su joven vida a Jesús. David invitó a Adolfito a formar parte de los jóvenes de su iglesia, y así fue.

   Alois murió dos años más tarde. Poco antes de su muerte aceptó asistir a la iglesia con Adolfito por primera vez, y cuando oyó el mensaje de salvación decidió entregarle a Jesús lo poco que le quedaba de vida. Esa misma noche le pidió perdón a Adolfito por todo el daño que le había hecho, y en medio de un mar de lágrimas Alois y el pequeño Adolfito se dieron un abrazo intenso y sincero por primera vez en la vida desde que Adolfito tenía memoria.

   Adolfito terminó el colegio con excelentes calificaciones y estudió en una escuela de arte. Viajó por toda Europa exhibiendo sus obras y llevando conferencias en pro de la familia y en contra de la violencia. A los 30, Adolfito se casó y llegó a tener dos hermosos hijos con los cuales desarrolló una relación maravillosa. A los 35 años de edad, escribió una obra titulada Mi Lucha, más conocida como  Mein Kampf en su idioma original. Esta fue una obra autobiográfica en la cual Adolfito, ya maduro y padre de familia, explicaba las malas experiencias de su infancia y cómo su familia superó la muerte de tres hijos, los problemas económicos y la violencia en la que vivieron por tanto tiempo. Este libro vendió alrededor de 240.000 ejemplares e inspiró a miles de familias a salir del dolor y la violencia. Diez años más tarde abrió el primer Campo de Restauración. Era un campo grande que recibía e internaba a cientos de familias con problemas de violencia y adicciones. A través de terapias, consejerías y ayuda espiritual, la vida de cientos de hombres, mujeres y niños fueron transformadas en estos Campos de Restauración que tiempo después también se abrirían en diferentes puntos de Europa alcanzando a millones de personas.  

   Adolfito falleció a los 78 años de edad. Su muerte fue un acontecimiento mundial. Hombres y mujeres de muchas partes del mundo lloraron su partida recordándolo con admiración y agradecimiento.  Pocos días antes de su muerte le pidió a Ann, su esposa, que en su epitafio grabe un mensaje. Y este es el mensaje que hasta el día de hoy se lee en un jardín de la ciudad de Magdeburgo, Alemania:



<<Gracias David. No sé qué hubiese sido de mi vida si nunca me hubieses hablado de Jesús ni me hubieses dado ese abrazo. Eternamente gracias.

Adolf Hitler. >>





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