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No sé si fueron las películas de Disney las que sembraron en mí la ridícula idea de que algún día yo llegaría a ser uno de esos príncipes que rescataban a su princesa atrapada en el castillo bajo el poder de su enemigo. Tal vez esas películas no eran más que el reflejo del deseo intrínseco que hay en todo hombre de querer ser el héroe de su amada, y del deseo de ella de querer ser rescatada. Lo cierto es que todavía puedo recordarme sentado frente al televisor de mi papá viendo cómo Aladino, habiendo dejado sus trapos sucios gracias al poder del genio, le extendía su mano derecha a la princesa Jazmín y le ofrecía un furtivo viaje por los cielos en su alfombra mágica. La princesa estaba insegura; este joven se había aparecido de pronto y había hecho una entrada triunfal pretendiendo ser el príncipe de un pueblo lejano con el propósito de llamar su atención. A pesar de su aparente riqueza, Jazmín no veía nada de especial en él, nada que lo haga digno de pasar una velada surcando los cielos junto a ella. Pero Aladino usó correctamente las dos armas más poderosas de un príncipe, la mirada firme y las palabras sinceras: “¿Confías en mí?”, le preguntó mirándola directamente a los ojos. Aquella noche fue inolvidable. Al verlos volar, podía yo mismo sentir el viento contra mi rostro, e imaginaba que era yo aquél valiente príncipe rescatando a mi amada, inocente, e indefensa princesa. Aquella melodía que entonaban me hacía suspirar (y hasta ahora no ha perdido su efecto). “Yo te quiero enseñar este mundo espléndido”, cantaba Aladino; “Un mundo ideal tan deslumbrante y nuevo”, cantaba Jazmín. Soñaba con esa canción, la tarareaba mientras dibujaba a mi musa en mis más íntimos pensamientos. Con sólo seis años de edad creía saber cuál era mi misión en esta vida: rescatar princesas.
Era el año 2005. Yo cursaba quinto de secundaria y aún no cumplía los diecisiete. A pesar de que pertenecía al grupo de “los populares”, no me sentía como uno de ellos. Todos mis amigos cercanos ya habían tenido, por lo menos, una enamorada, y el que no, por lo menos le había dado el gusto a su labio inferior de haber rozado otro labio que no sea su labio superior. Había pasado toda mi secundaria soñando despierto con esa princesa que, desde que tengo uso de razón, se aparecía en mis más inocentes sueños. Recuerdo que en mis noches de insomnio, tomaba mi mano izquierda con mi mano derecha e imaginaba que era la mano de mi princesa. A veces me echaba boca abajo y besaba apasionadamente la almohada esperando que esa desgastada funda de Batman tome forma de mujer. Oportunidades para iniciar un romance con alguna chica, o por lo menos robarle un beso, no habían faltado (rara vez faltan); lo que había faltado en todas las chicas que había conocido era ese brillo especial que tenía Jazmín en sus ojos y ese deseo de escapar del castillo. Había decidido no relacionarme con nadie sentimentalmente si es que mi corazonada no me decía que esa sería la mujer de toda mi vida.
Años atrás, en esa búsqueda, llegué a declararme un par de veces; ambas sin mayor éxito. Mi primera musa fue Carolina, a quien mi empedernido romanticismo y mi fidelidad incondicional le parecían insignificantes al lado de los ojos verdes de Renzo, uno de mis mejores amigos. Estuve detrás de ella (realmente detrás porque ella ni me miraba) por lo menos tres años, pero ni mis canciones ni los comentarios de sus amigas fueron tan eficaces como el "¿Quieres estar
conmigo?" de Renzo. Pero eso no me hizo renunciar a la búsqueda. Lo que aprendí es que no bastaba ser un príncipe, también había que parecerlo. Mi siguiente objetivo fue Carla. Por su carácter fue más fácil entablar una amistad y mostrarme a ella de manera más natural. Después de algún tiempo de amistad, al iniciar el año escolar del 2004, y sabiendo que a ella le gustaba otro chico, decidí declararle mi supuesto amor. De las varias veces que le expresé lo que sentía, sólo recuerdo la sentencia que hizo entrar en crisis mi creencia de que valía la pena esforzarse por ser un príncipe azul: <<eres demasiado bueno para mí>>, me dijo ella. ¿Qué significaba eso? Entre mis más positivas interpretaciones estaba la idea de que tal vez ella no se sentía digna de alguien como yo. Obviamente, eso no fue lo que ella quiso decir. Resignadamente tuve que ir procesando la idea de que las chicas lindas prefieren que su hombre llegue en un auto último modelo pagado por papi que en un bello corcel a quien él mismo tuvo que criar y adiestrar; sin duda una casaca de cuero es más sexy que un ridículo traje de príncipe, y un romántico e inocente conquistador no es tan excitante como un zorro conocedor de todas los trucos por su vasta experiencia.
Fue por ese tiempo, cuando estaba pensando en cesar la búsqueda, casi terminando mi etapa escolar, que conocí a la chica que me enfrentó cara a cara con la realidad. Su nombre era Mily, y era dos años menor que yo. Aunque no lo percibí a primera vista, ella parecía ser la princesa que anduve buscando por tanto tiempo. Su alegría e inocencia inspiraban los más puros de los deseos, y al verla interactuar con el resto de seres vivientes, me convencía cada vez más que mi espera no había sido en vano. Era como una luciérnaga que andaba alegremente por la vida iluminando el camino de todos los que decidían andar con ella. Inevitablemente, me enamoré. Fueron varios meses de una lucha estratégica por conquistarla, lo particular de este caso fue que todas mis dotes de príncipe sí parecían hacer efecto en ella. Mi mirada la estremecía, mis palabras la enternecían, y mis canciones la conmovían. Como película, cada escena a su lado tenía una canción de fondo: “Un mundo ideal”. Ella revivió esa cursi melodía que había alimentado mi alma de romántico por tanto tiempo. Todavía recuerdo claramente cuando tuve la osadía de tomar sus dos manos juntas y besarlas. Su mirada se humedeció y una lágrima se asomó tanto que cayó al abismo. Casi a mediados del 2006, cuando yo ya estaba en la universidad y ella aún cursaba el cuarto año de secundaria, ella me dio el sí. Pero mi sueño duró lo que una burbuja flotando en un bosque de espinos; fue sólo cuestión de semanas lo que tardé en comprender que la historia de Mily sí había sido un cuento, pero no de hadas; sin duda, ella era una princesa, pero sin corona. Me costó demasiado comprenderlo, pero ella lo hizo más fácil. Aunque no fue como lo planeé, ella fue la princesa que me inspiró a crecer, yo fui el príncipe que la ayudó a escapar del maligno dragón, y nuestro amor fue verdadero.
Después de algunos años de habernos separado, hoy, a los veintidós años, puedo ver la vida con otros ojos. Ya no busco a las princesas de Disney, sino a las de carne y hueso. Las veo a diario, por donde quiera que vaya veo princesas clamando por ayuda. Las veo en mi centro de estudios vestidas de negro y de rosa, las veo sonriendo y llorando, las veo tímidas y extrovertidas, las veo recatadas y desinhibidas, las veo borrachas en las discotecas y comiendo canchita en el cine, las veo con ropa muy ligera en las esquinas de la avenida Arequipa y las veo con velo en las iglesias, las veo con joyas en sus mercedes y pidiendo limosna en los puentes, las veo gordas y flacas, las veo altas y bajas; he comprendido que, sin importar sus experiencias vividas, princesa es sinónimo de mujer.
He conocido princesas que han quedado atrapadas en el castillo, que es su corazón. Sus temores e inseguridades han evitado que ellas salgan del castillo, pero también le han cerrado la puerta al príncipe que trata de rescatarlas. Están vivas, pero sólo se atreven a visualizar sus sueños por la ventana, conformándose a una vida mediocre. Sus cuatro paredes son su zona de confort, y no parecen tener intención de ir más allá.
Uno de los casos más tristes que he podido conocer es el de aquellas princesas necesitadas de amor. La soledad del castillo les hace creer que su príncipe nunca llegará, y que nunca serán amadas ni valoradas como ellas quisieran. Sueñan con un amor real, pero el temor de no encontrarlo las lleva a conformarse con lo primero que encuentran. Es ahí, cuando están vulnerables, que el dragón que las custodia aprovecha y las seduce. Esa necesidad de sentirse amadas las hace totalmente vulnerables y terminan entregándose a él, entendiendo el placer sexual como lo más parecido al amor que alguna vez han conocido.
Pero no todas tienen esa actitud de derrota. Me he topado con princesas que no se resignaron a vivir encerradas en su habitación ni se entregaron a los brazos del dragón, pero tampoco a los del príncipe. Estas princesas huyeron del castillo antes de que el príncipe llegue a rescatarlas. Usaron sus propios recursos para sobrevivir en el oscuro bosque y han luchado contra todo tipo de seres malignos. Han comido frutos envenenados y han sobrevivido, han luchado contra fieras salvajes y las han vencido. Están llenas de heridas, pero siguen andando, sus almas están cansadas, pero nada las detiene. Han logrado tanto sin ayuda de nadie, que sus corazones están totalmente endurecidos. No confían en nadie, y aunque aparentan una intimidante seguridad en sí mismas, por dentro piden a gritos un par de brazos que las sostengan y una cálida voz que les diga: Tranquila, puedes descansar. Todo estará bien.
Con el tiempo, Dios ha renovado mi mente y me ha ido quitando la frustración que me asedió por muchos años: “Se quejan de que no existen, y ellas mismas se encargan de extinguirlos”, cavilaba dentro de mí. Sigo siendo el soñador de siempre, con los pies en la tierra pero el corazón en el cielo. Aún sueño con mi princesa, y confío que encontraré a aquella mujer que realmente valore en mí el reto de ser un príncipe en un cuento sin hadas. Aunque después de todas estas experiencias, me he dado cuenta que tampoco yo soy el príncipe de aquellas historias de antaño. Si esas princesas no eran del todo reales, los príncipes tampoco. Aunque quisiera, no puedo rescatar a todas aquellas princesas que habitan la tierra. Pero en un viejo libro mundialmente conocido por su divinidad, encontré una hermosa promesa (la cual creo firmemente que se cumplirá) que habla de un príncipe real que vencerá al dragón y que quisiera dedicar a todas las princesas sin corona que viven cuentos sin hadas:
“Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea… Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS. De su boca sale una espada aguda…
Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército. Y la bestia fue apresada…y lanzada viva dentro de un lago de fuego que arde con azufre…“ (Apocalipsis 19)
A ti, princesa, que me lees, te pido que ya no mendigues amor. Hoy puedes ser libre del dragón que te custodia. Hoy te presento al príncipe que desde niña soñaste y has estado esperando por tanto tiempo; su nombre es Jesús. Nadie más poderoso que Él para sacarte del castillo en el que has estado cautiva. Sólo su agua saciará tu sed. Si crees en Él y le entregas tu vida, conocerás la libertad y el amor verdadero. Él dio su vida por ti para salvarte, y regresará con poder para tomarte para siempre.
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron.” (Apocalipsis 21.4)
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Me quede un poco hipnotizado por la lectura jajaj!!! y creo que es porque me sentí identificado con tu artículo, estoy seguro que no somos los único soñadores que desean ser príncipes y tener la posibilidad de rescatar a nuestra princesa, pienso que esa es la aventura que uno quiere vivir porque es parte de nuestra naturaleza ya Dios no diseño de con ese espíritu, la fortaleza de Dios en los hombres y la dulzura de Dios en las mujeres (y quedo corto aun)pero también es cierto lo que escribes que solamente nuestro señor Jesús nos podrá libras de las ataduras del enemigo.
ResponderEliminarTe felicito Diego por este artículo, le pido a Dios que no dejes de perseguir tus sueños porque primero son de Dios y al fin serán para Dios.
Un fuerte abrazo.
Gracias por tus palabras! Me alegra mucho que te haya gustado el artículo y espero que te haya inspirado también. Más allá de las experiencias que hayamos tenido, sabemos que Dios siempre tiene lo mejor preparado para cada uno de sus hijos.
ResponderEliminarEspero que me sigas leyendo! Un abrazo!
Dios Santo!!! me quede prendada de tu articulo es excelente se lo voy a pasar a mis discupulas. Muchas Bendiciones :-)
ResponderEliminarOh! Qué bueno que te haya gustado tanto! Espero que sea de bendición para muchas chicas!
ResponderEliminarEn mi página de facebook recibo sugerencias y comparto otros temas de interés, así que me puedes seguir por ahí también:
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Bendiciones!
Esta muy buenoo.. me llego mucho al corazon.
ResponderEliminar¡Gracias por el comentario! Espero que me sigas leyendo :) Saludos.
Eliminarsimplemente hermoso :¨) llore hahah solo puedo decirte : sigue escribiendoo por favoor!! :D
ResponderEliminar¡Me alegra que te haya gustado! ¡Saludos! :)
EliminarQue buen articulo,me quede super pegada con muchos de tus artículos. Dios te a dado un don increíble , sigue adelante que tienes mucho pero mucho camino ....
ResponderEliminarFELICITACIONES !
¡Gracias Vanniaaaaa!
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