sábado, 11 de mayo de 2013

Mayo once




Te escribo porque te soñé. Te escribo porque no puedo hablarte. 
Te escribo porque te soñé y no puedo hablarte.








11 de mayo del 2013 —03:21 a.m.

     

          Siete años, ¿puedes creerlo? Siete largos y fugaces años desde aquel jueves por la tarde. Segundo recreo. Cheesecake de fresa —ese plato rojo de plástico aún sigue en mi cocina—. Una banquita de madera. El timbre que ignoraste. Mi desordenado intento de persuasión; desordenado, pero efectivo al fin:

  —Sí.
  —¿Sí?
  —¡Sí!
  —¿En serio?
  —...sí.

      Te despediste con un beso. Un beso que más pareció una ráfaga de viento: fuerte, repentino y corto —pero lo suficientemente largo para dejarme ahí, quieto y sin habla—. Me veo ahora en ese mismo lugar, en la puerta del colegio, parado, estúpido, adolescente, sonriendo tontamente como aquél que ha sido besado por primera vez. Fue esa tarde, en plena guerra en la frontera del verano y el otoño, mientras veía tu taxi alejarse, que lo entendí: aunque el amor primero no sea el ‘para siempre’, para siempre será el amor primero.

       Tantas cosas pasaron desde entonces. Pero bueno, no decidí escribirte para narrar nuestra historia (por más ‘buen escritor’ que me considere, no me atrevería a escribirla por temor a que no parezca tan maravillosa como lo fue). En realidad decidí escribirte para decirte algo muy puntual: sigues aquí. Sí, todavía. Pero no te preocupes, no es ese tipo de nostalgia que desgarra el alma, no. Tampoco puedo decir que te pienso todos los días. Simplemente sigues aquí, como una parte de mí. Lo que es parte de uno mismo no se extraña, pero esa parte sí puede extrañar a uno mismo. Como ese curioso lunar que tengo en el pulgar de la mano derecha (sí, ese que por meses pensaste que era plumón): no lo extraño, pero cuando lo veo me extraño. Lo miro, lo analizo, sonrío, y luego lo olvido, hasta que de alguna manera se vuelve a cruzar ante mis ojos. Lo mismo me sucede contigo. No te extraño, pero tu rostro me extraña cuando de pronto se dibuja de memoria en el lienzo de mi mente. Te miro, te analizo, sonrío, y me doy cuenta que nunca te fuiste por completo. ¿Y yo, princesa, yo sí me fui?

     Cuando al fin entendí que no volverías no pude evitar preguntarme una y otra vez: ¿podré enamorarme así de nuevo? Y la respuesta es obvia, sí. Me volví a enamorar, una vez. Podría contarte a detalle ese penoso acontecimiento, pero ya la maté y no hay muerto malo, así que pasemos.

      El día que me dejaste temí por los dos: por ti, porque nadie llegase a amarte como yo; por mí, porque nadie llegase a amarte como yo. Y si digo ‘me dejaste’ es porque así fue; me dejaste demasiado: una almohada con aroma a pera. Un oso de peluche que aunque su parlante ya no funcione aún me dice a gritos que estás viva. Me dejaste un portadiscos decorado por ti misma con un cajoncito que aún contiene esa planta disecada. Un polo de ‘La gran sangre’ con un mensaje en chino cuyo significado me explicaste pero no logro recordar, y ahora lo uso como manga cero. Me dejaste un paradero a la altura de la cuadra 28 de la avenida Aviación, con tu fantasma caminando en línea recta hacia mí. Un sótano vacío en San Isidro, y un sofá esperando recibir nuestro peso tendido. Me dejaste un uniforme escolar guardado en la mochila, listo para vestirte y así no levantar sospechas. Un ‘jiqui’ y una chompa cuello de tortuga. Maní confitado. Parques y picnics. Me dejaste un modelo tan alto de mujer que se me hace casi imposible no comparar a todas contigo (y te cuento un secreto: sigues ganando a la distancia). Me dejaste las más intensas y opuestas emociones. Cartas escritas a mano con dibujitos de vacas y muñequitos parados de cabeza. Una canción que quizá nunca grabe. Muchas fotos y un diario. Me dejaste. Me dejaste una increíble historia que contarle a todo aquél que, con cuestionable interés, me pregunte si alguna vez me he enamorado.
 
       Nunca te toqué hasta lo profundo, pero llegué más profundo que nadie; como tú lo hiciste conmigo. Tú fuiste mi primer 14 de febrero.

      Hoy, mayo 11 del 2013, yo ya no soy el mismo; he cambiado mucho. Y a veces me pregunto si te volverías a enamorar de mí en caso de que el destino —divino— cruzase otra vez nuestros caminos. Aunque eso ya no importa ahora, porque ya no espero, no creo, y quizá tampoco quiero que pase. Lo único que quisiera es poder volver a hablarte, pero como ahora no me lo permites, todo lo que escribo lo hago con la ridícula esperanza de que algún día, tal vez aún en la clandestinidad de esa tierra lejana, puedas leerlo y sonrías. Si es que él —sabes de quién hablo— te permite sonreír.

       Sé que en estos días te estarás graduando (y pensar que yo te conocí quinceañera), así que no quiero dejar de felicitarte. No me sorprende que lo hayas logrado, pero tu inquebrantable determinación vuelve a maravillarme. Well done!
       Ya es tan tarde que casi es temprano; debo ir a dormir.

       Hasta que el sol se consuma y el mar se congele, for ever and ever till the end of times, 

te quiere, 

el que te amó.

       Que Dios nos bendiga.


    PD: Te dedico este video. Disfruta la canción: http://bit.ly/14dnN0e



***

Me encantaría recibir tus comentarios.
En la esquina superior izquierda puedes COMPARTIR este artículo.
Sígueme en Facebook: www.facebook.com/diegochafp




4 comentarios: