Hacía un calor extraño. No producía sudor pero incomodaba la respiración. Daniel no aguantó más y se dirigió a la terraza del segundo piso. Se apoyó en la baranda metálica con el torso desnudo y sintió complacido el frío en el vientre. Los cohetes ya empezaban a reventar en hilera: Cada año la navidad llegaba más rápido. O quizás cada año él la esperaba con menos ansias, o quizás simplemente ya no la esperaba. En seguida creyó que ése podría ser el tema para la columna que debía publicar antes de la medianoche en la revista virtual. Pero no, no lo entusiasmaba. Empezó a sentirse ansioso y maldijo el momento en que se comprometió con su jefe en escribir algo por navidad. ¡Por Dios, era navidad! Cualquier discurso cursi sería bien recibido por sus lectores. Pero ése había sido siempre el gran problema de Daniel: si no tienes nada nuevo que decir, mejor no digas nada. Era como una ley auto impuesta que últimamente le había estado trayendo dificultades en el trabajo.
—¿Mirando las estrellas titilar? —dijo una voz ronca por detrás suyo—¡Mariconadas!
Daniel se volvió hacia la sala. Soltó una carcajada al ver al tío Ronald vistiendo solo un bóxer mientras una falsa barba blanca le adornaba la cara y un gorro de Papanoel ocultaba su calvicie.
—Qué pasa. ¿Papanoel no tiene derecho a refrescarse las bolas un poco? —dijo el tío con fingida seriedad.
—Claro que sí —dijo Daniel sin dejar de sonreír—. Será una larga noche para el viejo.
El hombre dio unos pasos y se apoyó también en la baranda justo al lado de su sobrino.
—Ya, habla. Qué te pasa —le dijo y le dio dos palmaditas en la espalda antes de abrazarlo por encima del hombro.
—Hmmm… Nada importante, tío.
—Mira, no te voy a regalar ni un carajo por navidad, así que aprovecha que te estoy ofreciendo un poco de mi tiempo. No te cobraré por el consejo.
Daniel rió sin dejar de mirar al cielo. Ni una estrella a la vista.
—Bueno, nada. Tengo que escribir una vaina por navidad para la columna de la revista y estoy bloqueado. Me quedan menos de tres horas; quieren publicarlo exactamente a las doce.
—Chuta. Estás cagado.
Daniel se carcajeó. Lo miró de tres cuartos y le sacó el dedo medio:
—GRACIAS POR LA NOTICIA.
Ambos rieron y perdieron su mirada entre las calles decoradas con luces multicolores.
Luego de un breve silencio el tío Ronald tomó la palabra:
—Si el año pasado hubiese sabido que esa era la última navidad que iba a tener vivo a mi viejo quizás la hubiera aprovechado más. Pero esas cosas nunca se saben, así que está bien. Creo.
—¿A qué te refieres con aprovechar más?
El tío Ronald se acarició la barba postiza y frunció los labios.
—Bueno, no recuerdo nada en especial de esa noche. Eso significa que la viví como cualquier otra noche. Tal vez hubiese tomado muchas fotos, hubiera filmado, me hubiera cagado de risa de todos sus chistes a pesar de ser malos y repetidos… —calló un instante y sonrió— No sé, me hubiera quedado con él conversando de estupidez y media hasta el amanecer. Lo hubiera abrazado. Le hubiera dicho que lo amaba un culo… —aclaró la garganta al darse cuenta de que su voz amenazaba con empezar a temblar. Apoyó ambas manos en la baranda y soltó un suspiro más parecido a la resignación que a la tristeza; finalmente añadió—: Mierda, cómo extraño al viejo.
Daniel se volvió hacia su tío y lo observó con detenimiento. Intuyó que la marea de los recuerdos se había alzado y prefirió no interrumpirlo en ese momento de introspección. Pensó en las palabras que acababa de oír y, como iluminada por un relámpago mental, una frase apareció ante sus ojos: Acariciar el momento. Sí, era una buena frase para resumir el discurso de su tío. De pronto supo que tenía el título para su artículo de navidad.
¡Escribe más! :(
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