jueves, 9 de octubre de 2014

ÁLTER DIEGO



Con algunos tragos encima, Franco le dice a Diego que no encuentra un nombre que lo convenza para ponerle a su hijo que está por nacer. Automáticamente Diego recuerda una divertida anécdota de hace unos ocho años atrás y decide contarla. Se trata del día en que se cambió de nombre. «Estaba caminando por el Óvalo Higuereta —le cuenta a Franco—, y en eso escucho a alguien gritar ¡Diego! Miré hacia la avenida. Era Rafael, un pata que había conocido hacía como un mes. Me saludaba desde la ventana de su auto. Le devolví el saludo. Pensé en decirle algo como ¿Qué tal? Pero la distancia no ayudaba así que solo seguí caminando. Entonces se me vino un pensamiento extrañísimo. ¿Por qué respondo al nombre de Diego? ¿Por qué DIEGO? Y de pronto me sentí sofocado, como si ese nombre fuese demasiado pequeño para resumir toda mi existencia.»
Mientras caminaba, Diego pensó que no era democrático que alguien más haya tomado la decisión de etiquetarlo de por vida sin poder él siquiera opinar. ¿Y qué tal si quería llamarse… no sé, Daniel? Sí, Daniel le gustaba. Hubiese podido escoger algo más extravagante, sin duda, pero no se trataba de llamar la atención por la rareza de su nombre, simplemente se trataba de poder decidir por sí mismo. Su nombre desde entonces sería Daniel, al menos por ese día. Claro que no fue una ocurrencia al azar, varias veces lo habían llamado así por equivocación. Tal vez, pensó, siempre debió llamarse así.
Como si alguien lo hubiera jalado del polo, retrocedió dos pasos y miró hacia el interior de un café. Cerca a la ventana, una pelirroja ocupaba sola una mesita para dos, ojeaba su celular y por momentos miraba alrededor. ¿Carla? Le vino de pronto un terrible impulso por salir corriendo, pero otro pensamiento lo detuvo. «Daniel no es un cabro. Daniel sí se atreve.» Y se sintió transformado, como si un espíritu de macho alfa lo hubiera poseído por completo. Buscó su reflejo en el cristal y éste le guiñó el ojo; decidió entonces entrar al café y caminó con la extraña sensación de que su sonrisa brillaba, que cualquier chica podría derretirse tan solo con un pequeño coqueteo suyo. Se sentía Daniel.
«¿Hola, esperas a alguien?», dijo Diego con un tono de voz que ni él pudo reconocer por lo seductor. A primera instancia la chica se volvió hacia él con una aparente intención de desprecio, pero al verlo sonreír el semblante le cambió, como quien es sorprendida gratamente. «Ah… sí, espero a alguien.», dijo ella. «Bueno, evidentemente todavía no llega, así que puedo hacer más entretenida tu espera.», dijo y se sentó. La chica asintió con una sonrisa boba, pero al instante frunció el ceño. Estaba por decir algo pero… «Soy Daniel, mucho gusto.» Le dio la mano. «Ah, justo te iba a preguntar tu nombre. Es que por un momento me recordaste a alguien.», dijo ella. «¿Ah sí, y se puede saber a quién? ¿Un modelo tal vez?» Ella rio. «No, no. A un chico que estaba en mi colegio. Pero uf… años que no lo veo. Tienes un aire... pero no hay forma de que él se le acerque así a una desconocida… no creo que haya cambiado tanto.» «¿Era así de guapo?», dijo Diego modelando su rostro con la palma de la mano. «Eres un poco presumido...». Diego rio. «¿Y eso te gusta no?» dijo y cogió el vaso de jugo que ella tenía a su lado. «¿Puedo no?», dijo levantando la mirada cuando ya había sorbido la cañita un par de veces. Ella sonrió incómoda. «Diego», dijo ella en voz casi inaudible. Diego se atoró con la bebida. «¿Ah?», replicó nervioso. «El amigo al que me recordaste —dijo ella—, se llama Diego.» «¿Diego qué?» «Valenzuela» «¿Diego Valenzuela? ¿Dieguito? ¿Un flaquito todo buena gente?» «¡Sí, exacto! ¿Lo conoces?» «Diego es mi primo.» «¿Es en serio? Con razón pues.» «Pero no me vas a decir que me parezco a él. Bueno, algo tendremos por la sangre, pero nada, él es un pavo.» Ella guardó silencio, pensativa. «Espera… no me digas que tú eres Carla.» Ella lo miró sorprendida. «Sí, ¿por?» Diego soltó una fingida risotada. «Dieguito siempre me hablaba de ti cuando estaba en el cole; me hablaba de una pelirroja de la que estaba templadazo, por eso lo relacioné. Asu… quién diría que mi primo tenía tan buenos gustos. Ahora entiendo por qué no se atrevía a lanzarse contigo… mucho lote para él.» Ella dejó caer la mandíbula en una genuina expresión de asombro. «Espera… ¿Diego estaba enamorado de mí?» «Toda la secundaria.» «¡No hay forma! ¿Y por qué nunca me dijo nada?» Diego se encogió de hombros. «¡Diego fue mi amor platónico por AÑOS!» «¿Qué?» «En serio… viajábamos en la misma movilidad desde sexto. Yo siempre dejaba un asiento a mi lado para que él se siente… pero el sonso siempre se pasaba de largo. ¡Pensé que me odiaba!» «¿En serio te gustaba Diego? ¿Dieguito?» «Te digo que sí…¡Ay, no puedo creerlo! ¡Cómo no intentó siquiera hacerme el habla!» «¿Como yo ahorita?» Ella sonrió a duras penas. «Diego siempre fue un poco lento.», dijo él. «Así me gustaba...» «¿Pero no te hubiera gustado que se parezca más a mí?» Ella arqueó las cejas y bajó la mirada hacia su vaso vacío. «No —dijo—, definitivamente no.»     

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