Probablemente tenía unos seis o siete años cuando
algo empezó a inquietarme. Es muy vaga la imagen en mi mente, sólo recuerdo
estar en el auto de mi papá mirando por la ventana. Era de noche y pasábamos
por un lugar iluminado; tal vez una zona comercial. Los edificios eran muy
grandes (lo eran para mí). Al admirar esa escena desde mi escondite, por
primera vez le temí al
mundo. ¿Qué pasará cuando crezca? ¿Cómo será la vida ahí afuera?
¿Cómo será vivir solo y enfrentar la vida sin nadie que me cuide? Sabía que
había gente mala y me preguntaba si habría algún lugar donde pudiera estar a
salvo por siempre de esa maldad. En los dibujos animados que veía, siempre
había un villano que odiaba a las personas y que, desde su guarida secreta,
maquinaba planes para destruirlas. Me preguntaba dónde podría estar
escondiéndose ese malvado con el propósito de hacerme daño. Por las noches temía
dormir solo, pues el enemigo solía perseguirme en mis sueños. Nunca bajaba la
guardia; él podría estar cerca. Pensaba que en casa estaba a salvo, pero nunca
imaginé que él cada día ganaba más terreno en mi vida. Fue terrorífico cuando
años más tarde lo descubrí; él estaba más cerca de lo que pensaba, él era parte
de mí.
Basta prender el televisor y
sintonizar un noticiero para concluir que cada día la maldad humana se
multiplica y la degradación ha llegado a niveles inimaginables. ¿De dónde nace
la maldad? ¿En qué momento una persona que también fue niño alguna vez, se
convierte en un violador, pedófilo, ladrón o asesino? Estas interrogantes me
acompañaron por mucho tiempo. Con el argumento de que si Él creó todo, ¿por qué creó la
maldad? , la gente suele culpar a Dios de esta crisis moral
que crece a pasos agigantados. Como cristiano, siempre justifiqué a Dios
diciendo: El hombre
tiene libre albedrío; si las cosas están mal, es culpa del mismo ser humano. Esta
afirmación es bastante cierta, pero hay mucho más que decir al respecto. Nadie
despierta de pronto un día diciendo: He decidido que seré violador. En esta
nota develaremos un secreto escondido para la gran mayoría de personas, y que
podría significar el inicio de una nueva vida libre de ataduras y esclavitud.
Un ciego con los ojos
cerrados podría pasar toda su vida diciendo: Yo sí puedo ver, sólo que no
quiero abrir los ojos. Nunca se dará cuenta que no puede ver hasta que los
abra. Una persona encerrada en una habitación no sabrá que está encerrada hasta
que intente abrir la puerta. Algo similar me ocurrió cuando tenía quince años.
Mi vida era “buena” y yo era un “buen chico”, o al menos eso creía. Fue cuando
empecé a conocer a Dios que empecé a cuestionar mi supuesta bondad. Era como si
una potente luz hubiera entrado por la ventana de la habitación y me hubiese
mostrado la inmundicia que había dentro de mí, la cual yo no percibía por estar
acostumbrado a ella. Fue terrible reconocer que dentro de mí había malos
deseos, que mi corazón y mi mente estaban pervertidos hasta niveles que pocos
podrían imaginar al conocerme. Entonces decidí huir de esa habitación inmunda
que era mi interior, pero al intentar abrir la puerta me di cuenta que no podía
hacerlo por mis fuerzas. Como dijo el apóstol Pablo: “No entiendo lo que me pasa, pues no
hago lo que quiero, sino lo que aborrezco” (Ro 7.15) ¿Te has
sentido alguna vez en ése mismo conflicto? Más adelante entenderás la raíz de
esta lucha interior.
Yo llegué a pensar que esas
tendencias eran parte de mí, y que sería ilógico luchar contra mi propia
naturaleza. Vencerme a mí mismo sería derrotarme, entonces, ¿qué sentido
tendría? Muchos se escudan en este pensamiento para justificar el adulterio, la
fornicación y otros actos inmorales, diciendo: “Soy hombre, es mi naturaleza”. Por mucho
tiempo yo era de las personas que pensaban así. Tras varios intentos fallidos
de ir en contra de mi naturaleza, llegué a preguntarme: ¿Por qué Dios condena algo que es
natural en mí? Y a consecuencia de esta interrogante, surgió
otra que me llevó a dar el primer paso hacia la libertad: ¿Que algo sea natural en mí,
significa que es bueno y correcto? En otras palabras, ¿el hecho de que algo sea natural en
mí, es suficiente razón para que yo acepte esa tendencia y la practique?
La respuesta la encontré en
un pasaje bastante conocido de la Biblia. Esto me impactó y renovó mi mente
para siempre; desde entonces muchas cosas empezaron a tener sentido. Citaré las
palabras exactas de Jesús:
“Lo que
sale de la persona es lo que la contamina. Porque de adentro, del corazón humano, salen los malos pensamientos, la
inmoralidad sexual, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la
maldad, el engaño, el libertinaje, la envidia, la calumnia, la arrogancia y la
necedad. Todos
estos males vienen de adentro y contaminan a la persona” --
Marcos 7.20-23. (Énfasis añadido).
El enemigo está en casa. Hoy
muchos viven luchando con perversiones en secreto, sin poder creer que ellos
sientan esas cosas y preguntándose por qué las sienten. Estas personas corren
el riesgo de algún día rendirse a estos deseos y cometer actos terribles. Un
velo cayó cuando la enseñanza de este pasaje me fue revelada. Entendí que la
fuente de toda la maldad que destruía al ser humano estaba dentro del mismo ser
humano, y Jesús llamó a esa fuente de maldad “el corazón humano”. ¿A qué se
refería con el corazón
humano? En muchos pasajes la Biblia habla acerca del corazón como
algo bueno, como algo que hay que cuidar, pero en estos versos se refiere a lo
que también es conocido bíblicamente como “la carne”. El corazón o la carne es
la natural tendencia que tiene todo ser humano (en su alma y cuerpo) a hacer lo
malo y lo perverso, producida por el pecado original y el distanciamiento de
Dios. Lo ilustraré de una manera clara. Todos, e insisto, TODOS (y eso te
incluye a ti que me lees y a mí también), tenemos dentro de nosotros mismos a
un potencial pervertido
sexual (entiéndase por adúltero, fornicario, homosexual, zoófilo, pedófilo,
violador, que practica el incesto, etc.), asesino, ladrón, criminal, y
cualquier otro sustantivo que entre en la lista de lo perverso. ¿Te asustaste?
No digo que lo seas,
pero digo que podrías
llegar a serlo si vives conforme a lo que tu naturaleza te
lleva a sentir y pensar, porque todos
estos males vienen de adentro (Mc7.23). El mal no viene de
afuera, el mal no se enseña; ya está adentro, sólo se alimenta.
Entendiendo esto, volvamos a
la pregunta inicial: ¿el
hecho de que algo sea natural en mí, es suficiente razón para que yo acepte esa
tendencia y la practique? La respuesta es NO. No podemos
fiarnos de lo que sentimos o pensamos por naturaleza, porque entonces
estaríamos camino a nuestra destrucción siguiendo el consejo de nuestro peor
enemigo: Nuestro corazón. “El
corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso. ¿Quién
realmente sabe qué tan malo es?” (Jer 17.9 - Nueva Traducción
Viviente).
Tú puedes vivir confiando en
tu corazón o confiando en Dios; tú decides. Esta es la razón por la cual el
mundo está como está, porque las personas han decidido vivir conforme a lo que
sienten en vez de vivir conforme a la verdad de la Palabra de Dios, por eso
Dios dice: “…una y otra
vez les he advertido:Obedézcanme. Pero no obedecieron ni prestaron atención,
sino que siguieron la terquedad de su malvado corazón” (Jer
11.7-8). Pero estas no son malas noticias, porque una vez que uno empieza a
conocer la verdad, va camino a la libertad. Primero es necesario que el enfermo
reconozca su necesidad para que luego pueda aceptar seguir el tratamiento y así
ser sanado; por eso en esta parte de la nota he presentado el problema, y en la
siguiente presentaré la solución detallada.
“Ok, Diego. Yo quiero hacer
lo que Dios me pide, pero no puedo. La carne es débil”.
En la segunda parte hablaré
sobre cómo vencer al enemigo interno y ser libre de los malos deseos del
corazón. ¡No dejes de leerla!
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LEE LA SEGUNDA PARTE DE ESTE ARTÍCULO AQUÍ: http://bit.ly/1hFJDEH-------
Wuao.. excelente publicacion..
ResponderEliminarRealmente sabes llegar a la gente.
ah y gracias por el saludo de cumple
¡Gracias a ti por leerme! =) Espero que te haya ayudado leer esto. ¡Un abrazo!
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